CAPÍTULO 65

WISTY

Whit había regresado de despedir a Celia y no tenía buen aspecto. En realidad, tenía una pinta horrible, para lo que era habitual en él. Iba muy desanimado y arrastrando los pies.

—¿Quién es Michael Clancy? —quiso saber.

—Ni idea. Alguien que quieren que veamos sobre un intento de fuga.

Elevé mi voz para que Sasha pudiera oír. Iba abriendo camino.

—¿Quién es Michael Clancy? —pregunté.

—Está justo aquí —dijo Sasha, y abrió la puerta de una habitación pequeña y oscura.

Había una única colchoneta en el suelo.

—Yo soy Michael —dijo una voz tenue—. ¿Qué queréis de mí?

—Cuéntales tu historia —dijo Sasha. Se volvió hacia nosotros—. Sentaos con Michael y escuchad. Podéis sentaros sobre su colchoneta. Hay espacio de sobra.

Había espacio, porque Michael era uno de los chicos más delgados que había conocido jamás. Me recordaba a las fotos de víctimas de hambrunas y de los campos de refugiados que había visto… Y aquello me trajo a la mente imágenes de la cárcel del Overworld y del tiempo que pasamos allí.

—Hola, Michael —dije.

—Qué hay, Mike —dijo Whit.

Aquel chico no solo parecía consumido. Hasta su mirada era como la de un muerto en vida. Sin embargo, había algo vehemente en él.

Sin preguntarnos siquiera nuestros nombres, se puso de inmediato a contar su historia.

—La memoria es engañosa, ya sabéis, ¿no? —comenzó—. Pero estoy seguro de que lo que os voy a contar hace honor a la verdad de todos modos, incluso si los detalles no son exactos, que creo que lo son. Pero solo más o menos.

—Claro, Michael —dije, para dejarle claro que estábamos escuchando con atención.

Sonaba como si fuera mucho mayor de lo que parecía. Casi tenía miedo de escuchar lo que le había sucedido.

—Los soldados, todos de negro, con sus botas relucientes, vinieron por nosotros aquella mañana. Creo que el sol ya había salido. Éramos unos cuarenta o más en aquel bloque de celdas. De edades, diría yo, entre los cinco y los dieciséis. Chicos y chicas. De todos los colores, hablando de los tonos de piel, quiero decir. Todos «Extremadamente Peligrosos». Nos condujeron escaleras abajo hasta un patio. Solo había un par de guardias en el patio, por lo que pensé que no esperaban que les diéramos problemas. No lo esperaban porque estábamos demasiado agotados, demasiado hambrientos, ya derrotados. Empezó a soplar un viento terrible, casi como un tornado, y de repente apareció un hombre alto y calvo enfrente de nosotros. Olía a almendras, creo. No dijo ni una palabra, ni se presentó, aunque creo que tal vez fuera el Único que es Único. Nos miró con todo ese desdén, como si fuéramos seres tan inferiores a él… Entonces, no hizo nada más que un pase de manos. Solo eso, un gesto. No quedó nada de nosotros, salvo humo y el hedor de la carne quemándose. Había… no estoy seguro… vaporizado a todo el mundo. Luego desapareció. Pero yo todavía seguía allí, como estoy aquí ahora. No me preguntéis, ni se os ocurra preguntarme. No tengo ni idea de por qué me perdonó la vida. Ya ni me importa.

Michael Clancy miró a Sasha.

—Bueno, ya he contado mi historia. Ahora, por favor, llévatelos de aquí.