CAPÍTULO 61
WISTY
Tras la exhibición de las habilidades recién adquiridas de Whit, Sasha nos condujo por una calle prácticamente desierta en dirección a un edificio con la fachada acribillada de agujeros de bala y explosiones de misil. No podía creer lo que estaba viendo. ¿Había sucedido todo esto mientras estábamos en el Hospital? El tiempo parecía tan… distorsionado.
—Hombre, confiaba en haber pasado fuera el tiempo suficiente como para que esto hubiera terminado. Todo lo del bombardeo.
Sasha sacudió la cabeza.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
Sasha se encogió de hombros.
—Estuve en Shadowland durante un par de horas.
Whit frunció el ceño.
—¿Por qué debería ser tiempo suficiente para que, mmm, el Nuevo Orden entrara en razón y detuviera los bombardeos?
Sasha nos miró a Whit y a mí con sorpresa.
—¿No lo sabes? ¿Celia…?
—No tuve ocasión de explicárselo todo —dijo ella—. Estábamos ocupados huyendo, ¿vale?
—¿Qué es lo que no sabemos? —pregunté—. ¿Qué más hay?
—Un montón de cosas. Para empezar, el tiempo transcurre de manera diferente en Shadowland —dijo Sasha, hablando muy deprisa—. En esta ocasión, me parece que he pasado fuera un mes o más. No siempre sucede lo mismo. Depende del portal que tengas que usar. Una vez, regresé y era aquel mismo día, pero más temprano.
Whit y yo nos miramos. No teníamos forma de saber cuánto tiempo había pasado desde que nos atraparon. Teníamos infinidad de preguntas. Al parecer, la comadreja también.
—¿De modo que podemos retroceder en el tiempo hasta un día en que Wisty se haya dado una ducha de verdad? El pelo se le está convirtiendo en auténticas rastas.
—Aparta, desagradecido —dije, quitándole el brazo de mi cuello y soltándolo sobre el lomo de Feffer—. Feffer, eres mucho más amable que yo. Te presento a tu nuevo mejor amigo.
Feffer ladró contenta y meneó la cola. ¿Era posible que alguna vez hubiera sido una rabiosa perra del infierno? En ese momento, Sasha se detuvo y señaló:
—¡Hemos llegado! ¡Hogar, dulce hogar lleno de escombros! Aquí es donde algunos de nosotros pasamos los días. Es un poco cutre, pero lo hemos adecentado bastante bien.
Miré arriba y leí el rótulo fluorescente, roto y colgando de unos cables, de los grandes almacenes más lujosos y alucinantes del mundo entero. Nunca hubiera sido capaz de permitirme ni siquiera atravesar aquella puerta.
—¿Garfunkel’s? —dije sin aliento—. ¿Vamos a vivir aquí?
Por un momento, me sentí como una reina.