CAPÍTULO 6

WISTY

Los dos mastuerzos de gris se dirigieron a mí. Por instinto, levanté las manos. Increíblemente, los soldados del Nuevo Orden se detuvieron en seco, y sentí que recobraba el ánimo, al menos por un momento.

—¿Acaso hemos retrocedido en el tiempo? —grité—. La última vez que miré el calendario estábamos en el siglo veintiuno, no en el diecisiete.

Entrecerré los ojos. Otro vistazo al hipócrita de Byron Swain y sus botas brillantes me hizo continuar.

—No podéis venir aquí, atraparnos…

—Whitford Allgood —interrumpió Byron Swain con muy mala educación. Seguía leyendo el rollo con una entonación oficial—, has sido acusado de hechicería. Quedas sometido bajo custodia hasta que se celebre el juicio.

Le dedicó a Whit una sonrisa burlona, aunque en circunstancias normales mi hermano lo podría haber levantado del suelo para retorcerle el pescuezo como si fuera un pollo. Supongo que es bastante fácil tener confianza en uno mismo cuando estás rodeado por todas partes de soldados armados.

—Wisty tiene razón. ¡Esto es de locos! —estalló mi hermano. Su cara estaba enrojecida y sus ojos azules destellaban de rabia—. ¡Los magos y las brujas no existen! Los cuentos de hadas no son más que una sarta de mentiras. ¿Quién te crees que eres tú, comadreja? ¿Un personaje de Gary Blotter y el gremio de los despojos?

Mis padres parecían horrorizados, pero en realidad, nada sorprendidos. ¿Qué rayos estaba pasando?

Recordé algunos consejos ligeramente extraños que nos habían dado cuando éramos pequeños: cosas sobre plantas y hierbas, sobre el clima (siempre decían cosas sobre el clima), y acerca de cómo concentrarnos, cómo focalizar. También hablaban mucho de artistas que nunca estudiábamos en el colegio, como Wiccan Trollack, De Glooming y Frieda Halo. Cuando me fui haciendo mayor, empecé a pensar que mis padres eran un poco hippies o algo así. Pero nunca me planteé en serio todas estas cosas. ¿Todo eso guardaba alguna relación con lo que estaba sucediendo aquella noche?

Byron miró a Whit con serenidad.

—Según el Código del Nuevo Orden, cada uno de vosotros puede llevar consigo una de sus posesiones. No es que yo lo apruebe, pero ese es el texto de la ley y lo respetaré, por supuesto.

Bajo la atenta mirada de los soldados grises, mamá se acercó rápidamente a la librería. Dudó un momento, con la vista clavada en papá. Él asintió, y entonces ella tomó una vieja baqueta que llevaba en esa estantería toda la vida. La leyenda familiar decía que mi salvaje abuelo, en sus buenos tiempos, consiguió subir al escenario en un concierto de The Groaning Bones y se la quitó al batería. Mamá me la ofreció.

—Por favor —dijo en un susurro—, llévatela, Wisteria. Llévate la baqueta. Te quiero mucho, cariño.

Luego mi padre escogió un libro sin letras impresas que yo no había visto nunca. Debía de ser un diario o algo así. Estaba en la estantería más cercana a su sillón de lectura. Se lo puso en la mano a Whit.

—Te quiero, Whit —dijo.

¿Una baqueta y un libro antiguo? ¿Por qué no un tambor, para usarlo con la baqueta? ¿No nos podían dar una herencia familiar, o al menos, algo vagamente personal, para animarnos? Incluso el alijo de comida basura no perecedera de Whit sería mejor, por si nos daba un ataque de hambre.

No había nada en semejante pesadilla que tuviera sentido.

Byron le quitó a Whit aquel libro viejo y destrozado y hojeó sus páginas.

—Está en blanco —dijo, sorprendido.

—Sí, como tu agenda de citas —replicó Whit. A veces es gracioso, pero quizá tiene que mejorar un poco en lo de encontrar el momento adecuado.

Byron golpeó la cara de Whit con el libro, abofeteándolo como si quisiera hacerle girar la cabeza.

Los ojos de Whit ardieron de ira, y se lanzó hacia Byron. Los soldados lo retuvieron.

Byron permaneció detrás de los hombres, que eran mucho más grandes que él. Sonreía con malicia.

—Llevadlos a la furgoneta —dijo, y los soldados volvieron a agarrarme.

—¡No! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayuda! —chillé mientras trataba de liberarme, pero era como si estuviera en una jaula de metal. Brazos tan fuertes como rocas me arrastraban hacia la puerta. Conseguí girar el cuello para echar un último vistazo a mis padres, y grabé en mi memoria el horror que había en sus caras y las lágrimas de sus ojos.

Y justo en ese instante sentí una sensación de movimiento, como si un viento firme y cálido estuviera llegando hasta mí. En un segundo, la sangre se me subió a la cabeza, mis mejillas se inundaron de calor y el sudor empezó a emanar de mi piel, chisporroteante. Sentí un zumbido alrededor de mí y entonces…

No me vas a creer, pero es verdad. Lo juro.

Vi —y sentí— cómo grandes llamas salían de cada poro de mi cuerpo.