CAPÍTULO 58
WISTY
Nos encontrábamos en una especie de colina seca y llena de cascotes. No era gran cosa, pero el sol brillaba en el cielo y este era azul. Después de los terroríficos minutos que pasamos en Shadowland, estaba simplemente impactada por lo bonito que era el mundo real.
—Así que esos perdidos están buscando una manera de salir de Shadowland —le preguntó Whit a Sasha mientras nos sacudíamos el polvo.
—Sí, parece ser que por eso persiguen tanto a los humanos. Quieren que los ayudemos a encontrar un modo de salir de allí. Y cuando eso no funciona (y nunca funciona) se conforman con robarte todo tu calor y comerse tu carne.
—Pero les diste el mapa. ¿No significa que ahora pueden encontrar una forma de entrar en el mundo real?
—Bueno, en primer lugar, no creo que sepan leer. En segundo, no estoy seguro de que pudieran sobrevivir en el mundo real, y a decir verdad no lo creo posible. En tercer lugar, ese papel no era ningún mapa, sino una lista de las cosas que tenía que hacer cuando volviera a la base.
—¿Así que te inventaste todo eso y conseguiste engañar a esas cosas para que pudiéramos escapar?
Hizo una mueca e iba a responder algo, pero justo entonces oímos un agudo y lastimero silbido.
—¡Vamos! —gritó Sasha, al tiempo que me abrazaba para arrojarnos a los dos al suelo. Caí de mala manera y me quedé sin aliento.
Boqueé como un pez fuera del agua. El silbido me llenaba los oídos, a un volumen imposible.
Entonces, ¡boom! Quiero decir ¡BOOOM!
Cerré los ojos mientras la tierra temblaba como si hubiera un terremoto. Sasha me abrazó aún más fuerte, cubriéndome la cabeza con sus manos. Ya me caía bien.
¡BOOOM! Más explosiones que hacían vibrar el suelo, más temblores, más polvo y barro y cascotes lloviéndonos sobre la cabeza.
—¡Wisty! —gritó Whit.
Tosí y balbuceé:
—¡Whit! ¡Feffer!
Me quedé sin aire. No podía ver nada por culpa del humo y el polvo que nos rodeaban.
Se me hizo el tiempo eterno, pero el temblor por fin se calmó y Sasha se fue separando lentamente de mí. Un minuto más tarde, todo parecía haberse acabado. Fuera lo que fuera.
—Vaya —dijo Sasha, haciendo una mueca. Su cara estaba cubierta por una espesa capa de polvo, exceptuando la boca y los ojos. Me recordaba a un extraño payaso de circo. Me di cuenta de que con toda probabilidad yo tenía la misma pinta—. Perdona —me dijo alegremente—. No tenía intención de espachurrarte tanto.
—No pasa nada —dije—. Me han espachurrado más otras veces.
Hice un esfuerzo por sentarme y advertí que el Odioso Capullo de Byron estaba enrollado alrededor de mi cuello como una traicionera estola de visón. Sin dejar de toser, me limpié la suciedad de los ojos, me quité algo de polvo y miré alrededor.
—¿Qué acaba de pasar? —pregunté, viendo por fin a Whit. Y luego a Feffer. Y luego a Celia.
—Una bomba —dijo Sasha, levantándose y sacudiéndose la ropa—. ¿Estáis todos bien? Supongo que hemos salido a una zona en guerra, lo cual es bastante fácil.
Por cómo hablaba, parecía que aquello era tan cotidiano como equivocarse de salida cuando se busca la pastelería más cercana.
Miré a mi alrededor y vi edificios semiderruidos. El lugar donde estábamos había sido antes una ciudad normal, pero los cráteres de la carretera eran tan grandes que dentro habrían cabido camiones. Había cascotes y polvo por todas partes. Metal retorcido, cristal roto, cables eléctricos y trozos de cemento formaban una peligrosa alfombra bajo nuestros pies.
—¿Quién nos ha bombardeado? —pregunté, con todo el cuerpo temblando. Byron estaba igual, subido a mi hombro y agarrándose a mi pelo—. Quítate de ahí —le advertí.
—El Nuevo Orden lleva a cabo bombardeos a diario. Saben que algunos chicos estamos escondidos por aquí, así que realizan incursiones aéreas. Luego vienen a buscarnos —se apartó el pelo de la cara—. Nos mantiene alerta.
—Sí, no hay nada que siente tan bien como un pequeño susto —dijo Whit.
Sasha se puso serio.
—Hemos de llevaros a un lugar seguro ahora mismo, chavales.
—Espera —dije—. Whit y yo tenemos que buscar a nuestros padres. Vamos a ir solos. Quiero decir que te agradecemos el rescate y todo eso…
Los ojos de Celia y los de Sasha se encontraron y, por una vez, la mirada de Sasha ya no era tan directa y optimista.
—Mmm… —dijo—, tenemos que hablar sobre eso, pelirroja.
Eché un vistazo a Sasha, y mi hermano dijo:
—No es un apodo que le encante, precisamente. Solo para que lo sepas.
—La cosa es —dijo lentamente Sasha— que no es ni muy seguro ni muy inteligente que vosotros dos vayáis solos por ahí.
Se quitó la gorra y la retorció entre las manos. El espeso pelo negro le cayó sobre la cara.
—Lo siento, pequitas.