CAPÍTULO 56
WISTY
Pero Feffer no tuvo la ocasión de averiguar a qué sabía la comadreja. Porque justo en ese momento aparecieron los seres no humanos que habitaban Shadowland. Parecían, precisamente, sombras.
Se mantenían a cierta distancia y se alejaron un poco en cuanto posamos la mirada sobre ellos. No nos habían visto, y estaba claro que nosotros no teníamos ninguna intención de acercarnos a ellos.
Inmediatamente, Celia, Susan y Sasha se pusieron los dedos en la boca, indicándonos que guardáramos silencio, y luego, mientras Susan y Celia se limitaban a desvanecerse en la neblina gris, Sasha nos hizo un pequeño gesto que indicaba que debíamos seguirle.
Con la comadreja colgando de mis pantalones, y sacudiéndose como uno de esos muñecos que vibran cuando les tiras de la cola, le seguimos en fila a la carrera, pendiendo de ese hilo en el que teníamos depositadas tantas esperanzas.
—Sasha —dije, jadeando, después de correr durante un minuto más o menos—. ¿Está empezando a hacer mucho frío o son imaginaciones mías?
—Son los perdidos. Entre otras cosas, absorben el calor de los seres vivos.
—Así que… —seguí diciendo, conforme me daba cuenta de una incómoda verdad—, ¿significa eso que están cerca?
—¡Nada de hablar! —fue todo lo que respondió.
Después se detuvo. Tenía en la mano el final de la cuerda. Y allí no había ningún portal.
—Algo ha cortado la cuerda —dijo, con destellos de miedo en sus ojos.
Detrás de nosotros, un coro de lamentos añadió un signo de exclamación a su comentario. Entonces Sasha sacudió la cabeza como un nadador que intenta que el agua no le entre en los oídos y se sumergió en la niebla.
Byron, tan asustado que ni siquiera era capaz de hablar con coherencia, iba murmurando cosas mientras nos seguía. Sentí que el frío de mi espalda era más y más intenso.
E hice algo increíblemente estúpido: miré hacia atrás.
Veinte sombras o más (retorcidas, altas, bajas, encorvadas, arrastrándose; eran muy diferentes, pero todas muy, muy rápidas) nos venían persiguiendo. Y solo estaban a unos metros de nosotros.
No se distinguían unas de otras, parpadeaban, cambiaban de forma; de pronto una de ellas se definió y, con unos horribles y malvados ojos amarillos, pareció verme.
Entonces hice algo aún más estúpido: me detuve y me puse a gritar.
Whit me tomó en sus brazos y salió corriendo detrás de Sasha. Yo no podía evitar gritar, y los chicos sabían que era así. Ni siquiera intentaron que me callara. Supongo que sabían que la suerte estaba echada: o bien Sasha conseguía llevarnos al portal a tiempo, o no lo conseguía.
En ese momento sabríamos qué era, con exactitud, lo que los perdidos le hacían a la gente.