CAPÍTULO 54
WISTY
Whit me dio un abrazo de oso extremadamente reconfortante.
—¡Ya estamos fuera! ¡A salvo de esa mujer!
A salvo de la Matrona, quizá. Pero en términos generales, no estaba segura de que no nos hubiéramos escapado de la sartén para ir a caer en otro sitio peor.
Mientras trataba de orientarme, iba descubriendo que el «otro lado» no era como yo había imaginado. Para empezar, hacía frío. No un frío bajo cero, sino una especie de humedad que se te metía en el cuerpo y te destemplaba completamente. Por otra parte, allí no había nada.
—Mmm… Celia… ¿Dónde dices que estamos? —le pregunté.
—Esto es Shadowland.
Miré a mi alrededor. No tenía sentido considerar que aquello fuera ni siquiera un lugar. No había árboles, ni hierba, ni edificios, ni agua, ni sol. De hecho, no había nada en absoluto salvo neblina y bruma.
—Entonces… ¿este es tu hogar? —susurré, abrazándome a mí misma para tratar de conseguir un poco de calor. Me di la vuelta y observé que el portal, que había estado a mi espalda, ya había desaparecido.
—Nunca llamaría hogar a este sitio —dijo Celia, sacudiendo la cabeza—. Y espero que vosotros tampoco.
No se podía ver… nada, en realidad, aparte de Whit, Celia y Feffer. Era como si estuviéramos de pie en una habitación recubierta de un diorama gris. Todo lo que había a unos metros de distancia en cualquier dirección parecía difuminarse en la nada. Me ponía nerviosa no tener nada en lo que poder fijar la vista. Tuve un estremecimiento de claustrofobia.
—Celia —trató de decir Whit, incómodo—, tenemos que sacarte de aquí. Tú nos liberaste del Hospital. Podemos…
—Whit, déjalo —le interrumpió suavemente Celia—. Puede que seas un mago, pero nadie puede conseguir que la gente muerta vuelva a la vida. Ni siquiera el Único que es Único. Recuérdalo. No hay poder más allá de la vida y la muerte. Asumirlo es la única manera de superar el duelo.
Feffer empezó a trotar en plan exploradora, como si buscara alguna ardilla media luz a la que cazar. La perra parecía ser la única del grupo capaz de orientarse, así que la seguí.
—¿Qué hay por ahí, Feffer?
—¡Wisty, no! —gritó Celia.
Casi me enfadé por que me gritara como si fuera una niña de dos años que se hubiera escapado de su mamá en un centro comercial. Sin embargo, yo sabía que Celia no era una persona nerviosa y nunca gritaba. Parecía muy asustada.
—Este puede ser un lugar muy peligroso para los humanos. Vuestros sentidos no funcionan igual que en vuestro mundo. Y si te alejas un poco más de mí y de Whit, podemos separarnos para siempre, sobre todo porque existen caminos invisibles que llevan a una subdimensión completamente al margen de esta.
No comprendí la parte de las dimensiones, pero miré a un lado y a otro con sensación de pánico.
Ya no veía a Feffer.
—¡Feffer! ¡Ven aquí, bonita! —silbé—. ¡Vuelve!
Era curioso que ya sintiera cierto lazo con la perra satánica reformada.
Feffer regresó trotando hacia mí, y me agaché para abrazarla. El cálido olor de su pelaje era muy real, y me consolaba en aquel lugar maldito.
—Bueno, no parece que Feffer tenga muchos problemas —dije, confusa, al ver que la perra olisqueaba el suelo y volvía a explorar.
—He dicho que era peligroso para los humanos —aclaró Celia—. Feffer es un animal y tiene instintos animales. En este lugar la vista no sirve de nada. Los medias luces y todos los que están movidos por fuerzas sobrenaturales lo tienen mucho más fácil para orientarse en Shadowland. Los humanos que encuentran algún portal suelen perderse aquí dentro. Para siempre.
Como para subrayar esta idea horrible, oímos un sonido distante de lamentos. Whit, sin darse cuenta, me dio la mano.
—Perdidos —dijo Celia—. Aún no están cerca, y mejor que los mantengamos a esa distancia. Creedme.
—¿Qué podrían hacernos? —pregunté.
—Pues os… —Celia pareció pensárselo mejor—. Olvídalo, Wisty. Es demasiado siniestro hablar de eso en este momento. Vamos a llevaros a un lugar seguro.