CAPÍTULO 53

WHIT

Mis pies aterrizaron sobre algo duro, quizá un suelo de piedra; hice una cabriola y me detuve.

Me levanté.

—¡Wisty! —grité—. ¿Hermanita?

Desde Shadowland, seguía viéndola, de pie en el pasillo del Hospital. Era como si estuviera mirando a través de una pantalla de vidrio translúcido y curvado. Celia estaba tratando de tirar de Wisty, pero no podía, por supuesto. Es lo malo de ser un fantasma.

Entonces vi a Wisty levantar de nuevo la baqueta y decir:

—¡Libres!

Al instante, todos los perros enloquecidos rugieron de regreso a la vida, rodeando a los guardias y la Matrona como una melé en medio de un campo de juego. No solo había liberado a los perros de su hechizo, sino también de sus cadenas. Un guardia se escabulló entre los animales y se precipitó hacia Wisty, esgrimiendo su pistola paralizante. Uno de los perros se escapó de la manada y lo persiguió, ladrando como una criatura infernal.

El guardia y el perro enloquecido iban pisándole los talones a Wisty y a Celia mientras ellas corrían hacia el… bueno, hacia lo que fuera aquello.

—¡Cuidado! —grité—. ¡Detrás de vosotras!

Wisty cerró los ojos y se lanzó a través del portal, hasta tropezar conmigo.

—¡Whit! —gritó ella—. ¡Funcionó de verdad!

Celia estaba con ella, y justo detrás de Celia, el perro se lanzó de cabeza al portal. Llegó hasta nosotros trazando un arco en el aire, cayó al suelo y se deslizó hasta detenerse. De repente no parecía tan feroz y enloquecido: más bien completamente confuso.

Todos miramos hacia atrás mientras la cara del guardia se estrellaba contra la pared. A su espalda, la figura uniformada de blanco de la Matrona aún estaba siendo atacada por la feroz manada de animales. Sus brazos se agitaban, enormes. La pistola paralizante se le había escapado de la mano y daba vueltas en el suelo, a lo lejos. Luego desapareció bajo la horda de bocas hambrientas. Bye-bye.

—Hay alguien que está sufriendo los efectos de un karma particularmente desequilibrado —dijo Wisty.

Sin embargo, en vez de disfrutar de la vista, extendí la mano para tratar de abrazar a Celia. Sentía una gran sensación de alivio por haber conseguido cruzar hasta el otro lado. No importaba lo ridículo que fuera intentar abrazar a un fantasma. Eso era lo bueno del amor. Al menos en mi opinión.

En ese momento, un gemido me hizo girar la cabeza.

—El perro —dijo Wisty, mirándolo, temerosa.

—No, está bien. Es un perro curva —se maravilló Celia—. Un curva es cualquiera que tenga acceso al Underworld, lo sepa o no. Este perro no lo sabía. Los rígidos no le han hecho un lavado de cerebro lo suficientemente intenso.

El morro del perro adquirió una sonrisa conciliadora, como diciendo «Siento haber intentado devorarte». Luego bajó la cabeza y vino hacia nosotros, despacio.

—Parece muy triste —dijo Celia—. Me gustaría poder acariciarlo. Adelante, Wisty. Acarícialo.

—Tal vez en otro momento —dijo Wisty reticente—. Ahora mismo tenemos bastantes conflictos sin resolver.

Pero entonces el perro se sentó y miró hacia ella acongojado, con los ojos pardos más tristes del mundo, con un aspecto mucho menos horrible y enloquecido del que había tenido en la Perrera del Infierno.

Wisty me miró, y yo ya sabía lo que iba a preguntar.

—Estás loca —le dije, con un suspiro.

—Mi capacidad de perdonar me convierte en lo que soy —dijo, seria.

—Bueno, está bien —admití a regañadientes—. Tal vez pueda hacer de perro guardaespaldas o alguna otra cosa útil en Shadowland.

Wisty me hizo un guiño, luego miró al perro y le acarició una pata. El animal se levantó con cuidado.

—Puedes venir —le dijo, y añadió—: Es una chica. Voy a llamarla Feffer.

—Está bien. Feffer —asentí—. Ahora vamos a conocer a algunos curvas y medias luces y a tratar de localizar algún otro portal.

En ese momento hubo una terrible explosión. Miramos y vimos el rostro de la Matrona aplastado contra la pared del portal.

—No es una curva —dijo Wisty con una amplia sonrisa—. Parece ser que no.