CAPÍTULO 52

WHIT

—¡Rápido! Dad tres golpes en la puerta. ¡Fuerte! —nos apremió Celia—. ¡Ya! No puedo estar aquí demasiado tiempo, Whit. Mi espíritu podría morir.

—¿Qué significa eso? —le pregunté.

—Golpea la puerta, Whit, ¡tres veces!

La golpeé como si mi vida dependiera de ello, como era el caso. Al siguiente segundo, oímos que la cerradura hacía clic.

Me volví hacia Celia.

—¿Qué ha pasado?

—Whit, ¡vámonos! —respondió ella—. La puerta está abierta.

Celia fue a aferrar el pomo… y atravesó completamente la puerta.

—Siempre se me olvida —murmuró—. Ya nunca podré agarrar nada.

Abrí la puerta para que pasara Celia, tomé de la mano a Wisty y asomé la cabeza por el pasillo.

La Matrona no estaba en su escritorio, sino hablando con unos guardias, a unos treinta metros a la derecha. Se encontraban bastante lejos y no parecían darse cuenta de lo que hacíamos.

No comprendí quién (o qué) había abierto la puerta. ¿Había sido mi magia?, ¿la de Celia?, ¿la de Wisty?

—¡Vamos! —gritó Celia en mi oreja. Wisty y yo saltamos de nuestra celda y corrimos hacia el siniestro mostrador de enfermería.

Derrapamos en la esquina mientras oíamos, detrás de nosotros, a la Matrona gritándoles a aquellos asesinos sanguinarios:

—¡Detenedlos! ¡Intentan escapar! ¡Activad la alarma! ¡Disparad a matar! ¡Vivos o muertos!

Tras otros seis o siete pasos ya estábamos en la guarida del lobo. El suelo temblaba literalmente a causa de los guardias, y la Matrona venía protestando a voces a nuestra espalda.

—Venga, venga —le dije a Wisty—. Haz algo. Conviértelos en cachorros. En perritos de peluche.

Wisty estaba fuera del alcance de los gruñidos y ladridos de los animales. Levantó la baqueta como si fuera un director de orquesta y los perros fuesen su coro. Bonita imagen, pero ¿funcionaría?

Con el rabillo del ojo, vi a los guardias y a la Matrona doblar la esquina.

—¡Quietos! —ordenó Wisty en voz alta, y agitó su baqueta en dirección a los perros.

Por una fracción de segundo, no pasó nada, y le di la mano, preparado para echar a correr por el pasillo. Entonces los aullidos y ladridos ahogados de los perros terminaron de repente.

Era como si se hubieran congelado en el acto.

Algunas patas estaban elevadas, algunas mandíbulas abiertas con avidez, e incluso varias de las bestias se encontraban en posición de ataque, alzadas sobre sus patas traseras.

—¡Sí! ¡Soy una bruja! —gritó Wisty—. ¡Vamos!

—¡Perfecto! ¡Eres increíble, Wisty! —dijo Celia, a mi lado—. ¡Ahí está el portal!

Señaló hacia el final del pasillo, hacia una pared blanca que no mostraba ningún signo de poder desvanecerse o de ir a convertirse en espuma ni nada semejante.

—¡Corred tan rápido como podáis! ¡Ya mismo!

Yo no podía dejar de pensar en los vídeos que había visto en las clases de la autoescuela. Esos muñecos que salen disparados a cámara lenta mientras los coches se estrellan contra las paredes…

«No —traté de controlarme—. Piensa “victoria, victoria, victoria”».

La Matrona y los guardias estaban justo detrás de nosotros, a mitad del pasillo de los perros congelados. Así que me abalancé sobre la pared como si volviera a ser el capitán del equipo… y atravesé limpiamente el portal hasta llegar al otro lado.

Pero algo falló con mi hermana. Su mano se soltó de la mía mientras la oía a ella gritar mi nombre.

¡Perdí a Wisty!