CAPÍTULO 5

WISTY

Una de las cosas más terribles que te pueden pasar en el mundo es ver a tus padres inmovilizados, con los ojos abiertos de par en par, y aterrados hasta los huesos.

Mis padres. Yo creía que podrían protegernos de cualquier cosa. Eran distintos de los otros padres… tan listos y amables, lo aceptaban todo, lo comprendían todo… y estaba segura de que en aquel momento ellos sabían algo que Whit y yo ignorábamos.

«Saben lo que está pasando. Y les asusta mucho, sea lo que sea».

—¿Mamá…? —pregunté, mientras la miraba directamente a los ojos, tratando de recibir cualquier tipo de mensaje, cualquier señal acerca de qué debía hacer ahora.

Conforme miraba a mi madre, tuve una especie de flash, algo parecido a un collage de recuerdos. Ella y papá nos decían cosas como «Tú y Whit sois especiales, cariño. Realmente especiales. A veces la gente tiene miedo de los que son diferentes. Estar asustados hace que se enfaden y que no sean razonables». Pero todos los padres creían que sus hijos eran especiales, ¿no? «Quiero decir que eres especial de verdad, Wisty —me dijo mamá una vez, sosteniéndome la barbilla con la mano—. Ten cuidado, cariño».

Tres figuras más emergieron de las sombras. Dos de ellas llevaban armas en el cinturón. Aquello estaba convirtiéndose en algo realmente alarmante. ¿Pistolas? ¿Soldados? ¿En nuestra casa? ¿En un país libre? ¿En medio de la noche? Y encima al día siguiente había clase.

—¿Wisteria Allgood? —cuando se acercaron a la luz, vi a dos hombres y a…

¿Byron Swain?

Byron era un chico de mi instituto, un año mayor que yo y un año menor que Whit. Por lo que yo sabía, a ambos nos caía bastante mal, como a todo el mundo.

—¿Qué pintas tú aquí, Swain? —le espetó Whit—. Vete de nuestra casa.

Byron. Era como si sus padres hubieran sabido de antemano que iba a ser un capullo y le hubieran puesto un nombre en consecuencia.

—Oblígame —le dijo Byron a Whit. Luego sonrió, falso y empalagoso, recordándome todos esos momentos en los que le había visto en el instituto y había pensado «vaya gilipollas». Tenía el pelo castaño engominado hacia atrás, perfectamente peinado, y unos ojos fríos de color marrón verdoso. Idénticos a los de una iguana.

Flanqueaban a este tremendo imbécil dos soldados de uniforme oscuro, botas negras brillantes que les llegaban hasta la rodilla, y cascos de metal. El mundo entero estaba volviéndose del revés, y yo llevaba un ridículo pijama rosa con gatitos.

—¿Qué pintas tú aquí? —repetí, como si fuera un eco de Whit.

—Wisteria Allgood —dijo Byron con voz monótona de alguacil y sacó un rollo de papel de aspecto oficial—, el Nuevo Orden te toma bajo su custodia hasta que se celebre el juicio. Has sido acusada de hechicería.

Se me cayó la mandíbula.

—¿Hechicería? ¿Estás loco? —chillé.