CAPÍTULO 46
WHIT
—¡Hermanita! ¡Vaya! ¡Eres muy buena! —le dije.
—Sí —admitió ella—. Soy una bruja malvada, qué le voy a hacer.
—Estoy tan contento de que no descubrieras estos poderes antes, cuando eras una niña pequeña y yo me reía de tu pelo —dije, y ella sonrió como si acabara de ganar la lotería.
Cuando la volvimos a mirar, la Pequeña Bestia Anteriormente Conocida Como Byron se alzó sobre sus patas traseras y siseó furiosa.
—Prefería ser un león —supuse.
En ese momento la puerta de nuestra celda se abrió de golpe y la Matrona apareció allí con dos de sus más repugnantes y fornidos guardias armados. Llámalos Fulano y Mengano. Nosotros los llamamos así.
—¿Qué ha sido ese terrible y horrendo ruido? —gritó ella, mientras barría la habitación con los ojos.
—Eh… ¿Qué ruido? —pregunté, con toda la inocencia de un boy scout.
—Sonaba como… un rugido de león —dijo, con su blanca piel de cadáver volviéndose de un avergonzado tono rosa.
—Sí, claro… —dije, al tiempo que fruncía un poco el ceño y arqueaba las cejas—. ¿Un león? ¿Aquí? ¿En nuestra celda?
Los dos guardias se miraron entre sí. Con el rabillo del ojo vi a la comadreja escabullirse por la puerta abierta, protegido por las sombras.
—¿Dónde está el informante en prácticas Swain? —exigió la Matrona.
—Lo siento, pero ya se ha ido, Matrona —dije, obligándome a mí mismo a hablar con respeto—. Solo se quedó un minuto. Nos comunicó las últimas novedades de forma muy concisa. Es un tipo duro.
—¡Estás mintiendo!
Sus cavernosas fosas nasales ondeaban amenazadoramente, dibujando líneas blancas a cada lado de su enorme nariz. Antes de que me diera cuenta estaba lanzándose hacia mí, para golpear con la pistola eléctrica la parte baja de mi espalda.