CAPÍTULO 43
WISTY
¿Qué dice a veces la gente? «Lo que no te mata te hace más fuerte». Bueno, quizá haya algo de verdad en ello. Definitivamente me sentía más fuerte, y más enfadada. Me consumía en llamas por dentro.
Cuando nos devolvieron a nuestra celda en el Hospital, esperaba que la Matrona entrara a la carrera y nos sacudiese con la pistola eléctrica hasta que pidiéramos misericordia a gritos. Esperaba que el Visitante llegara con su látigo y nos hiciera trizas con su fusta. Esperaba que nos arrojasen a los perros del infierno para que nos devorasen.
Sin embargo, fue aún peor que eso.
Nos enviaron a… Byron Swain.
Byron «Remilgado Traidor Lameculos» Swain. Ojalá estuviéramos de vuelta en el instituto, así Whit podría haberle hecho polvo.
—Hola, prisioneros —Byron nos saludó con un tonito sarcástico y una voz nasal capaces de conseguir que una estatua de Jesús pusiera los ojos en blanco de puro asco.
—¿Qué quieres? ¿Tan difícil es mantenerte alejado? —le pregunté—. ¿O eres un Visitante Junior haciendo las prácticas?
—Volvemos a encontrarnos —dijo Byron. Como siempre, parecía que lo acabaran de sumergir en desinfectante. Su pelo castaño estaba cuidadosamente arreglado; sus ojos, helados como el mármol; sus pantalones chinos tenían unos dobleces perfectos en cada pierna.
Enarqué las cejas.
—¿Eso es lo mejor que se te ocurre? ¿«Volvemos a encontrarnos»? —comenté—. Qué frase tan original.
Cuando llegué por primera vez al Hospital, supuestamente trastornada, era una niña asustada, enloquecida. Ahora tenía la impresión de que el nivel de trastorno se había elevado muy, muy alto. No iba a dejar que Cara de Hurón me causara ninguna molestia.
Byron se sonrojó y apretó con fuerza los labios.
—¡Cállate, bruja! —espetó—‚ o le diré a la Matrona que te aplique la pistola eléctrica hasta que no tengas más personalidad que un cogollo de lechuga.
Byron me dedicó una risa sardónica. Estaba segura de que la había practicado en el espejo, con toda probabilidad a continuación de alguno de sus baños antisépticos.
—Escuchad con atención. Ambos habéis sido etiquetados como «Extremadamente Peligrosos». Así es como el Nuevo Orden nombra a las amenazas más temibles y a sus peores enemigos.
—Extremadamente Peligrosos —dijo Whit—. Nos sentimos muy honrados. Nos gustaría agradecérselo a nuestros padres, por supuesto. Y al entrenador del instituto, el señor Schwietzer.
Byron, o la Comadreja Parlante, como me decidí a bautizarlo en aquel momento, continuó hablando.
—El resultado de esto es una buena noticia y otra mala. La buena es que no hace falta que hagáis todas esas pruebas que se mencionaron durante el juicio. ¿Y la mala? Bueno, la designación de Extremadamente Peligrosos supone una reducción en la edad necesaria para ser ejecutados: de los dieciocho años a cero. Lo que significa, a ver si me acuerdo… Ah, sí: los dos podéis ser ejecutados mañana mismo.
Mostró una sonrisa burlona y se pasó la mano por el pelo repeinado.
—¿Qué decís a eso? ¿Se os ha comido la lengua el gato? ¿Ningún comentario sarcástico? De verdad, me gustaría mucho saber qué opináis de esta primicia tan jugosa.