CAPÍTULO 42

WISTY

Asomé la cabeza por encima de la mesa y vi al Visitante dando vueltas rápidamente de un lado a otro, tratando en vano de aplastar las moscas en el aire con sus brazos como palos. El juez Unger miraba a hurtadillas desde debajo de su carpa de togas, con los ojos del tamaño de pelotas de béisbol.

Entonces uno de los guardias gritó:

—¡Oh, Dios!

—¡Dios mío, no! —gritó otro—. ¡Esto es peor! ¡Mucho peor!

No podía creer lo que estaba viendo. Todas las moscas se habían ido. Pero pegadas a los brazos y caras de la gente, cubriendo todas las superficies a la vista, había manchas pequeñas y oscuras.

¡Moviéndose!

—Mira por dónde —exclamó Whit—. ¡Todas las moscas se han convertido en sanguijuelas!

—No he dicho nada acerca de sanguijuelas —me defendí en voz baja.

Parecía que aquellas pequeñas y repugnantes chupasangres eran tan elásticas como gomas. Un guardia intentó arrancarse una de ellas de los labios, y la criatura se estiró y estiró hasta estallar y convertirse en un repugnante amasijo amarillento. Más sanguijuelas se aferraron a las paredes, los escritorios y las sillas —miles de ellas, moviéndose como gigantescos gusanos babosos y sedientos de sangre—. Algunas caían del techo.

—Es muy posible que esto sea lo más repulsivo que he visto nunca —me confesó Whit—. Incluso después de todo lo que hemos pasado en el Hospital. Me gusta.

—Oye —le hice notar—, por si no te has fijado, no parece que nos estén buscando.

Entonces una voz atronadora asumió el control de la sala del tribunal.

—¡Alto! ¡Detened estos disparates de preescolares! Basta de moscas, basta de sanguijuelas, basta de disturbios incivilizados de cualquier clase.

De pronto, noté una debilidad en las rodillas. Estaba entumecida; paralizada, de hecho. Recordaba de sobra aquella sensación, ¿cómo podría olvidarla?

Él estaba allí: acababa de aparecer y ya lo había arruinado todo.

El decoro convencional, el Nuevo Orden, la aburrida monotonía, todo regresó a su lugar.

—Yo soy el Único que es Único, por si lo habíais olvidado o estabais tratando de suprimirlo de vuestra memoria.

Dio un par de grandes zancadas hasta acercarse mucho a Whit y a mí.

—Os he estado observando: aquí en el tribunal, allí, en el Hospital. ¡Sabed, jovencitos, que estoy en todas partes! ¡Obviamente soy omnipotente, y vosotros no lo sois!

Miró hacia Whit y le guiñó un ojo. En serio.

—Incluso soy capaz de hacer callar a tu hermana. ¿Quién puede dudar de mi poder? Ahora tendréis que someteros a pruebas, pruebas, pruebas y más pruebas hasta que encontremos las respuestas que estoy buscando, hasta que solucionemos el rompecabezas de los Allgood. ¡Quiero saberlo todo acerca de vuestro poder! ¿Antigravedad? ¿Sanación? ¿Inmortalidad? ¿Transmutación? ¿Telequinesis? ¡Llevad a los prisioneros de vuelta al Hospital! Y nada de intentarlo por las buenas. Duplicad la carga de trabajo, duplicad las pruebas, duplicad la incomodidad. ¡Quiero respuestas!

Por último su Unicidad se inclinó hacia mí, hasta detenerse a pocos centímetros de mi barbilla.

—Brujita, ¿hay algo que quieras decirme? ¿Algo más? ¿Quizá te hayas ofendido por eso de «disparates de preescolares», que he utilizado hace poco para describir tus absurdos encantamientos de hoy? Bueno, conoces ese famoso dicho (seguro que lo conoces)… ¡Los tontos hacen tonterías! ¡Apartadlos de mi vista!

Y luego, juro que esto es verdad, fue como si un huracán de categoría cinco hubiera entrado en esa sala del tribunal… y después el Único que es Único se había ido.

Se lo había llevado el viento.