CAPÍTULO 41
WISTY
Tábanos. Estaban cayendo como bombas, en picado, por todas partes. Infinidad de bichos enloquecidos, intentando chupar nuestra sangre. Y yo los había creado. Aquello era un enorme… ups.
Si alguien hubiera lanzado un saco de bombas fétidas y unos cuantos petardos en la sala de tribunal, no podría haber causado una conmoción mayor. Los brutales guardias agitaban frenéticamente los brazos sobre sus cabezas y gritaban como una panda de niños que se hubiera tropezado con un nido de avispas.
La mandíbula del juez Unger mostraba un aturdido horror. La cerró a toda velocidad cuando varias moscas gigantescas intentaron llevar a cabo misiones suicidas en su garganta.
Whit y yo nos escondimos a la carrera debajo de una mesa.
—¿Qué está pasando? —me preguntó—. ¿Has hecho tú esto?
—Mmm —comencé a decir, con aire de culpabilidad—, más o menos. Tal vez. Sí.
—Wisty, ¿qué has hecho exactamente? —me susurró Whit al oído.
—No sé qué es lo que hecho —le contesté—. Es esa canción sobre moscas, y moscas en el río y oh, qué miedo…
El zumbido se acalló de golpe. «¿Nada más? —pensé—. ¿Esa ha sido toda la plaga?».