CAPÍTULO 32

WISTY

Una vez tuve una profesora realmente buena, la señora Solie. Nos contó que conocía el único secreto para la verdadera felicidad. Nos dijo que consistía en ver el mundo medio lleno en lugar de medio vacío, sin importar lo que le ocurriese a uno. En realidad, yo estaba bastante de acuerdo con esa idea. Pero ¿qué pasaba cuando el vaso solo contenía un 0,000001 por ciento de su capacidad?

Los días pasaron, y nos hicieron pruebas, pruebas y más pruebas. Pruebas médicas, pruebas de resistencia física, pruebas de inteligencia, pruebas de normalidad, pruebas de patriotismo, más pruebas médicas.

Una noche en concreto, cuando me acababa de despertar por culpa de un terrible dolor causado por el hambre, entraron en la celda y se llevaron a Whit.

—¡No podéis! —grité—. ¡Aún no es la hora! ¡He estado contando los días! ¡Es demasiado pronto! ¡Aún no tiene dieciocho!

Pero lo siguiente que pasó fue que la Matrona también me estaba sacando a mí del cuarto, y luego me empujó por un largo pasillo hacia una ventana solitaria.

Señaló hacia afuera, a un patio de cemento que había debajo. Estaba canturreando con su repugnante aliento:

—Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Whit, que te mueras feliz.

Mi sangre se congeló y el corazón casi me dejó de latir. En el patio había una antigua horca. Ella continuó con una segunda canción:

—Feliz, feliz en tu horca… —y luego remató la melodía con un horrendo rebuzno.

Unos segundos después, un grupo de guardias empujó a Whit a través del patio. Sus manos y sus pies estaban esposados, lo que hacía que tropezara al caminar.

Intenté tragar saliva, pero no era capaz. Un guardia le puso a Whit una capucha negra en la cabeza.

¡No! —grité, dando puñetazos contra el cristal—. ¡No!

Golpeé una vez más, parpadeé, y entonces, de repente…

Estaba cayendo.