CAPÍTULO 26

WHIT

Cuando ese monstruo cobarde y abusón golpeó la mano de Wisty con su látigo serpenteante, faltó poco para que me abalanzase hacia él. Estaba dispuesto a pelearme a muerte, o lo que fuera necesario. Nadie pega a mi hermana.

Wisty se protegió la mano contra el pecho, valiente, y lo observó con la mandíbula en tensión.

Fulminé con la mirada a ese asqueroso Visitante, en un intento de distraerlo. Comenté:

—Déjame adivinar. Nadie te quería cuando eras pequeño… Ah, y tampoco cuando te hiciste mayor. ¡Qué pena haber recibido tantos capones!

Entonces, ¡ssst! Contuve una exclamación mientras la fusta azotaba mi cara y me abría la piel con un aguijón al rojo vivo. La sangre empezó a deslizarse por mi mejilla.

—Este es tu primer día completo en el Hospital, hechicero —dijo el Visitante—‚ así que voy a ser especialmente amable contigo. Pero no te atrevas a volver a hablarnos de esa manera a la Matrona o a mí. Somos lo único que te separa de un destino mucho peor que la muerte.

—¿Así que hay algo mucho peor que ser secuestrado en mitad de la noche, encerrado en prisión, condenado a muerte en un juicio absurdo y luego quedarse atrapado con dos sádicos en un maldito hospital? ¿Cómo podría ser peor?

—¿Has acabado? —preguntó con voz calmada.

Me encogí de hombros y estaba pensando qué decir cuando un rápido latigazo salió de la nada y me alcanzó en la oreja izquierda, luego en la oreja derecha, y luego en la barbilla.

—Sssí… Mucho peor —dijo el Visitante—. Tu archivo muestra claramente que no eras la farola más brillante de la calle, Whit. De todos modos, te harías un gran servicio a ti mismo si aprendieras la siguiente lección: este —suspiró, haciendo un gesto en torno para señalar nuestra repugnante y húmeda celda— es vuestro nuevo hogar. Hay guardias armados, cámaras de seguridad, todo el perímetro está electrificado, y existen numerosas trampas letales de las que no estoy autorizado a hablar. Además, vuestros trucos no servirán de nada para evitar estos sistemas. Este edificio ha sido modificado para amortiguar vuestra energía, y ya os daréis cuenta de que no tenéis poderes aquí. En pocas palabras, una vez que entrasteis por la puerta, os convertisteis en gente normal.

Wisty y yo intercambiamos una mirada que quería decir «excepto por el pequeño detalle de brillar en la oscuridad». Juro que a veces nos podíamos leer la mente el uno al otro, sobre todo en los últimos tiempos.

—En lo que se refiere a las comodidades de este cuarto, tened en cuenta que la única ventana externa da al oeste. A través de ella podéis ver la negrura de un profundo pozo de ventilación de diez pisos, cuyo fondo está equipado con una turbina que podría triturar una ballena azul en menos de diez segundos. Tiraos por ella cuando queráis —siguió hablando como si fuera el empleado de un hotel describiendo una suite ejecutiva—. También tenéis vuestro propio cuarto de baño semiprivado, con nuestro papel higiénico especial: es tan ligero que da la impresión de que ni siquiera está allí.

Miré hacia nuestro rincón de aseo sin puerta, que contenía un retrete sin asiento rodeado de polvo y trozos de yeso caído, y confirmé que sí, que de hecho, no había papel higiénico.

El Visitante nos miró a través de su larga nariz en forma de gancho.

—Volveré de vez en cuando para ver cómo estáis —dijo, con una voz profunda como la de un zombi—. Si os metéis en cualquier tipo de problema —hizo una pausa y sonrió con una mueca que habría hecho parecer amable a un cocodrilo—, os asignaré un castigo.

¡Sssst! La fusta siseó en el aire, evitando milagrosamente mi ojo.

—Nos vemos pronto… os lo prometo.

Luego se fue, y el candado se cerró tras él.

—No lo voy a echar mucho de menos —dijo Wisty—. ¿Y tú?