CAPÍTULO 25

WISTY

Aquella mañana, a Whit y a mí nos despertó bruscamente un golpeteo, el ruido de un palo o tal vez el bastón de alguien. Al instante mi corazón empezó a latir a una velocidad ensordecedora, pero Whit todavía parecía somnoliento y desorientado.

—Celia… —masculló. Me aparté de él. Quería a mi hermano, pero no era el mejor momento para tanto romanticismo desesperado.

—No, soy tu hermana, y por si no te acuerdas, estamos en el «hogar dulce hogar» del mismísimo infierno —dije, dándole un suave cachete—. ¡Despierta! ¡Te necesito aquí, chaval!

Contuve mi aliento mientras el pomo giraba lentamente. Cuando Whit mostró algún signo de reconocer dónde estaba, la puerta se había abierto varios centímetros, pero todo lo que se podía ver era la tenue luz del pasillo a través de la rendija.

Al fin, oímos una voz fría desde el otro lado de la puerta.

—Gracias, Matrona —su malvado tono helador hizo que mi corazón prácticamente se detuviera—. Desde ahora yo me encargo, si no le importa.

—Esta vez, tenga cuidado —dijo la Matrona—. Estos demonios son peligrosos.

—Gracias por preocuparse pero creo que estaré bien.

La puerta se abrió un poco más y una figura imponente, esquelética (inhumanamente alta) entró en el cuarto.

Era como la mismísima Muerte, pero en atuendo moderno. Su traje color antracita le colgaba como si estuviera hecho de perchas. Su piel tenía una palidez cadavérica, como la de una planta abandonada en un armario… durante años y años.

Retrocedí de manera instintiva. Entonces, como si se tratara de una impresionante serpiente, una fusta de cuero negra surcó el aire con un siseo y me sacudió con fuerza.

—¡Hey!

El escozor era frío, luego ardiente; me quedé sin aliento y me llevé la mano al pecho.

—No lo hagas, bruja —ordenó la figura de la Muerte—. Vuestros días de controlar personas y objetos con vuestros malvados poderes han terminado. Ahora estoy aquí. Soy vuestro Visitante.