CAPÍTULO 24

WHIT

¡Guau!

Celia vino a visitarme de nuevo esa noche, en algún momento durante esas primeras horas opresivas en la nueva cárcel. Yo ya no estaba tan seguro del paso del tiempo. No estaba seguro de nada.

—Hola, Whit, te he echado de menos —dijo Celia, igual que la otra vez, solo que en esta ocasión lo dijo con un guiño—. He estado pensando en ti. En cómo era todo. En los días felices. En nuestra primera cita. Llevabas esa camiseta de jugar a los bolos tan arrugada que te gusta tanto. Alley Cat. ¿Te acuerdas?

Por supuesto que me acordaba.

«¿Qué está pasando?… ¿Qué está pasando, Celia?… ¿Me he vuelto totalmente loco? ¿Ese es el motivo de que esté en un manicomio?».

—Celia, escucha, necesito hacerte una pregunta. ¿Por qué estuviste fuera tanto tiempo? Por favor, si no quieres que pierda completamente la cabeza, dime qué te pasó.

De manera asombrosa (sobre todo si aquello era un sueño), Celia extendió la mano y me tocó. Podía sentirla. Tenía un efecto calmante. Muy calmante. Tenía el tacto de la Celia que yo recordaba, era idéntica a la Celia que yo recordaba, y tenía la misma sonrisa dulce.

—Te voy a contar lo que me sucedió, Whit. Tengo muchas ganas de hacerlo.

—Gracias —dejé escapar un suspiro desde el fondo de mis zapatillas—. Gracias.

—Sin embargo, no puede ser ahora. Te lo contaré cuando te vea de verdad, en persona. No en un sueño. Tenemos que andarnos con cuidado. El Único que es Único nos está vigilando.

No podía dejar que Celia volviera a irse. La abracé fuerte (muy, muy fuerte) y le volví a pedir algún tipo de explicación racional.

Entonces ella se apartó, pero solo lo bastante como para mirarme directamente a los ojos. Me encantó poder ver una vez más el interior de sus ojos. Los dos teníamos los mismos ojos azules que los niños pequeños. Sus amigos solían bromear sobre cómo serían los de nuestros hijos.

—Esto es todo lo que te puedo decir por ahora, Whit. Hay una profecía. Está escrita en una pared, en tu futuro. Búscala. Nunca lo olvides. Eres parte de algo que tiene que ver con dirigir el mundo. Ese es el motivo de que el Nuevo Orden esté tan asustado contigo y con Wisteria.

Ni siquiera pude asimilar toda esa información repentina antes de que ella recobrase el aliento y continuara.

—Whit, no puedo permanecer aquí más tiempo. Te quiero. Por favor, échame de menos.

—No te vayas —le supliqué—. No puedo volver a pasar por esto… ¿Celia?

Ella ya se había ido, pero de alguna manera aún podía escuchar su voz:

—Volveremos a estar juntos, Whit. Yo ya te echo de menos. Échame de menos tú también… Por favor, échame de menos.