CAPÍTULO 22
WHIT
—La policía tiene que estar rastreando todos los montones de basura rancia del país —gruñó la Matrona—, para encontrar todos estos gusanos y traérmelos.
Con esta alegre bienvenida, nuestra situación con toda probabilidad había tocado un nuevo fondo. De momento, yo estaba muy preocupado por Wisty, cuyos ojos se hallaban aterradoramente vidriosos.
La Matrona se dio la vuelta en su silla giratoria para buscar un par de gruesos archivos del escritorio detrás de ella. Tenía una espesa y grasienta cola de caballo, que colgaba tras su blanco uniforme de enfermera como si fuera un enorme pedazo de alga marina o una anguila muerta.
—Sí, señora —dijo el guardia—. La palabra gusanos es perfectamente correcta, solo que demasiado amable, si me lo permite.
—No se lo permito —espetó la Matrona. El guardia se acobardó e hizo una imitación de los muñecos de cabeza colgante que suelen ponerse en los salpicaderos de los coches.
Entonces ella se incorporó sobre sus enormes pies con un gruñido cansado.
—¿Sabéis por qué estáis aquí en lugar de en alguna cárcel remilgada? —preguntó.
—No, señor —dije, aclarándome la voz.
—Muy gracioso —sus ojos se estrecharon en rendijas destellantes—. Este es un lugar peligroso —dijo—. Para criminales peligrosos. Recordad que vuestros apestosos trucos no funcionarán aquí, guapitos.
¿Nos acababa de llamar guapitos? ¿Había oído bien? Tal vez había una buena razón para que ella estuviera en un hospital psiquiátrico.
—El Nuevo Orden ha creado este lugar a prueba de hechizos —pareció animarse, pero luego su expresión cambió y empezó a mascullar para sus adentros—. Sin embargo, no sé qué pretenden que haga con toda esta porquería.
La Matrona nos condujo por el pasillo hasta llegar a una gruesa puerta de madera que tenía una ventanilla de vidrio reforzado con tela metálica. Descorrió el cerrojo, y los guardias nos empujaron dentro con brusquedad. Nos quitaron las cadenas y después arrojaron al suelo nuestras escasas pertenencias (una baqueta y un libro en blanco).
—Bienvenidos al corredor de la muerte —dijo ella mientras daba un portazo y aseguraba el cerrojo, encerrándonos dentro.