CAPÍTULO 2
WISTY
Es bastante horrible que te secuestren en mitad de la noche, dentro de tu propia casa. Fue más o menos así.
Me desperté con un caótico ruido de muebles derribados, seguido por el estrépito de cristales rotos, seguramente algunas de las porcelanas de mamá.
«Oh, Dios. Whit», pensé, somnolienta, al tiempo que sacudía la cabeza. Mi hermano mayor había crecido diez centímetros y ganado trece kilos de músculo el año pasado, lo que le convertía en el quarterback más grande y rápido de los alrededores y, debo añadir, el jugador de fútbol americano más intimidatorio del invicto equipo de nuestro instituto.
Sin embargo, fuera del campo de juego, Whit podía ser tan torpe como un oso, suponiendo que los osos bebieran bastante Red Bull, pudieran levantar cien kilos, y todas y cada una de las chicas del instituto pensaran que eran lo más de lo más.
Me di la vuelta y envolví mi cabeza con la almohada. Antes incluso de empezar a beber, Whit era incapaz de caminar por la casa sin golpearse con algo. No había nada más parecido a un elefante en una cacharrería.
Pero yo sabía que ese no era el verdadero problema aquella noche.
Porque tres meses antes, la novia de Whit, Celia, había desaparecido literalmente sin dejar huella. Y para aquel entonces casi todo el mundo pensaba que no era muy probable que regresara. Sus padres estaban completamente trastornados, y lo mismo Whit. Para ser sincera, yo también lo estaba. Celia era, es, muy guapa, muy lista y nada presumida. Es una chica estupenda, a pesar de ser bastante rica. El padre de Celia es el dueño de la tienda de coches de lujo de la ciudad, y su madre es una ex miss. Nunca habría imaginado que algo así podría sucederle a alguien como Celia.
Oí cómo se abría la puerta del dormitorio de mis padres y me arropé en mi acogedora cama con sábanas de franela.
Lo siguiente fue la voz atronadora de papá. Nunca lo había oído tan enfadado.
—¡Esto no puede estar sucediendo! ¡No tienen ningún derecho a estar aquí! ¡Fuera de mi casa ahora mismo!
En ese momento me incorporé, completamente despierta. Hubo más ruidos de cosas rotas, y luego oí cómo alguien lloraba de dolor. ¿Se habría caído Whit y se habría abierto la cabeza? ¿Estaría herido mi padre?
«Demonios», pensé, saltando de la cama.
—¡Ya voy, papá! ¿Estás bien?, ¿papá?
Y entonces la pesadilla que fue el principio de una vida entera de pesadillas empezó de verdad.
Solté un grito cuando derribaron la puerta de mi cuarto. Dos individuos amenazadores con uniformes grises irrumpieron en mi habitación, mirándome como si yo fuera una terrorista fugitiva.
—¡Es ella! ¡Wisteria Allgood! —dijo uno de ellos. Y en ese instante, una luz que habría bastado para iluminar un hangar arrasó la oscuridad.
Traté de protegerme los ojos mientras sentía que mi ritmo cardíaco se descontrolaba.
—¿Quién demonios sois? —pregunté—. ¿Y qué estáis haciendo en mi habitación?