CAPÍTULO 16
WHIT
La luz del sol —los primeros rayos que veía en lo que me habían parecido años— caía a través de las ventanas de nueve metros de altura de la sala del tribunal, hasta casi cegarnos. Parpadeé y traté de proteger mis ojos, pero todo cuanto conseguí fue golpearme la frente con las esposas. «Qué buen momento para ser torpe».
Había pensado que a estas alturas sería difícil sorprenderme, pero no me podía creer la escena que tenía enfrente.
Había un retrato gigante del Único que es Único colgado en el centro de la habitación, como si fuera un general que hubiera conquistado el mundo, o un emperador. Había una enorme jaula de metal frente al escritorio del juez (sí, una jaula, como las que se usan para observar tiburones bajo el mar). Un guardia sostuvo la puerta y el otro nos empujó dentro.
Era una jaula.
En un tribunal.
—Estoy acostumbrándome a ver el mundo a través de barrotes —dijo Wisty, resignada. No parecía ella misma en absoluto.
—No digas eso —susurré bruscamente—. Saldremos de esta casa de locos. Te lo prometo.
Pero ¿cómo? Escaneé la sala del tribunal. A nuestro alrededor había un impenetrable muro de indiferencia, incluso de odio. Además de, al menos, una docena de guardias armados.
El juez —di por supuesto que se trataba del Único que Juzga— nos fulminaba con la mirada desde una alta plataforma justo enfrente de nosotros. Tenía el fino y grasiento cabello gris pegado al cuero cabelludo.
En la parte derecha del tribunal, tras un estrado, el jurado miraba distraídamente hacia nosotros. Todos ellos eran adultos, todos hombres, y daban la impresión de pensar que dos inocentes niños apareciendo en juicio en una jaula no era nada fuera de lo normal.
Así que ya quedaba constatado: el mundo se había vuelto loco de remate.