CAPÍTULO 13
WHIT
El corte de pelo de vendedor de seguros a domicilio de Byron, sus polos de colores y sus pantalones chinos planchados con pinza (pero sobre todo su actitud de listillo y sabelotodo) le habían granjeado una merecida fama de pelota en el instituto. De cerca, se percibía la tensión malintencionada de su cara, que parecía la de un hurón cuya mayor aspiración en la vida fuera convertirse en vigilante de pasillos.
Lanzó una carpeta sobre la mesa de metal, hizo un gesto de asentimiento a los dos guardias, y estos dieron un paso atrás contra la pared.
—¿Te has estado entrenando, Swain? —pregunté, conforme apretaba los puños—. Me acuerdo de que la última vez necesitabas al menos seis guardias detrás de ti.
La cara de Swain adquirió un color rojo brillante.
—Ambos sabemos por qué estáis aquí —respondió él, paseando—. ¿Mmm?
El muy imbécil trataba de sonar autoritario y viril, pero su quejumbrosa voz nasal se quebraba al final de cada frase. Sus fríos ojos no se apartaban de mi cara.
—Cuanto antes admitas tus secretos y nos digas lo que queremos saber, mejor será para ti y tu extraña hermana lanzallamas.
—No tengo ni idea de qué estás hablando, coleguita —dije.
Sus ojos de comadreja se entrecerraron. De pronto se inclinó sobre la mesa y enfrentó su rostro al mío.
—Ya puedes dejar de hacer teatro, ¿vale? —le dije.
—¿Estáis protegiendo a alguien, patanes? —espetó, haciendo caso omiso de mis burlas—. En ese caso, podéis estar seguros de que ellos no os están protegiendo a vosotros. Vuestros buenos amigos ya nos han dicho todo lo que nos hace falta saber. Somos conscientes de tus problemas con la bebida, Whitford. Y no necesitamos más pruebas acerca de las tendencias pirómanas de tu hermana. Pero eso no son más que las matrículas de los camiones de información que vuestros «amigos» nos han entregado. Estuvo muy bien. Si fueran un puñado de canicas, no habrían rodado con más facilidad.
—¿Te lo contaron todo? —le dije—. ¿Todo? Por ejemplo, ¿te dijeron dónde escondo los donuts? ¿Mis contraseñas de trucos para juegos? ¿Que casi suspendí el último examen de Biología y que mi familia no lo sabe? No sé por qué, pero de repente una bronca de mis padres ya no me parece tan terrible.
—¿Casi cateas Biología? —susurró Wisty al tiempo que yo veía aparecer una vena en la frente de Byron—. Genial.
—¡Cállate, fenómeno de feria! —le rugió a Wisty, quien le sacó la lengua por toda respuesta—. ¡Vi lo que hiciste antes! ¡Estallaste en llamas y ni siquiera resultaste herida! ¡Si eso no está mal ni es una enfermedad, no sé qué lo será! ¿No te está gustando estar en esta estúpida prisión? ¡Pues va a convertirse en algo mucho peor! Más vale que me hagáis caso, aberrantes… mucho peor.
—¿Sabes, Byron? —dijo Wisty con su tono cursi más insultante—, creo que en realidad tú eres el fenómeno de feria. Podríamos ponerte en nuestra lista secreta de vudú mágico.
Al oír eso, Swain estalló. Se arrojó sobre la mesa y le agarró el brazo a Wisty con tanta fuerza que ella empezó a gritar. Y entonces pasó lo más extraño (que ya es mucho decir): un destello de luz cegadora se proyectó desde la mano libre de mi hermana hasta el pecho de Byron.
El muy canalla chilló como un cerdo y salió impulsado hacia atrás, hasta caer sobre su trasero, cerca de los estupefactos guardias.
Los ojos casi se me salen de las órbitas de la incredulidad. Miré a mi hermana y me di cuenta de que acababa de atacar a Byron con un rayo de electricidad.
Un rayo. Uno pequeño, claro, ¡pero era un rayo! ¡Brotando de las yemas de sus dedos!
—¡Más pruebas! —chilló Byron. Tenía la voz extraordinariamente llorica y la cara casi granate. Se frotaba el pecho, a todas luces horrorizado por la marca de quemadura que se le había quedado en la camisa—. ¡Eres una bruja! ¡Te encerraremos para siempre! —se puso de pie con cierta inseguridad y salió tambaleándose de la sala de interrogatorios.
—¿Ahora le lanzas relámpagos a la gente? —le pregunté a Wisty—. ¡Genial!