CAPÍTULO 12

WISTY

—Sí, la verdad es que solo estamos nosotros —dijo la voz desde la celda de más allá—. Llevo aquí nueve días. Fui uno de los primeros. Pero en los últimos tres días, este agujero de ratas ha empezado a llenarse bastante.

—¿Tienes idea de lo que pasa? —preguntó Whit en voz baja, para no atraer la atención de ningún guardia.

—No mucho, jefe. Pero he oído hablar a algunos de los guardias de una limpieza completa —continuó la voz, en tono bajo, cerca de los barrotes—. ¿Os acordáis de los rumores sobre el Nuevo Orden?

—Sí —intervine—, pero la verdad es que no les presté demasiada atención.

—Eso es como esconder la cabeza bajo tierra… ese lugar oscuro y traicionero —dijo la voz—. Sin embargo, si te sirve de consuelo, así estaba la mayor parte del país. Mira, el Nuevo Orden es el partido político que ha ganado todas las últimas elecciones. Ahora mandan ellos. En solo unos meses han destripado el antiguo gobierno y han instituido el Consejo de los Únicos. ¿Habéis oído hablar de ellos? El Único que Manda, el Único que Juzga, el Único que Encarcela, el Único que Asigna Números, el Único que es Único, bla, bla, bla…

—Vale. El Nuevo Orden. Cosas de política —dijo Whit—. ¿Qué tiene que ver eso con nosotros?

—Ellos son la Ley y el Orden, mes amis. Ellos son los Únicos que nos pusieron aquí, y son los Únicos que van a decidir qué hacer con nosotros.

—Pero ¿por qué están haciendo estas cosas tan terribles a niños? —pregunté de nuevo.

—¿Porque respondemos? ¿Porque somos difíciles de controlar? ¿Porque tenemos imaginación? ¿Porque aún no nos han lavado el cerebro? ¿Quién sabe? Deberías hacerle esas preguntas al Único que Juzga… ¡en tu juicio!

Me acerqué a los barrotes tanto como pude, tratando de ver a Whit a través de ellos.

—¿Juicio? ¿Qué juicio? —pregunté—. ¿Nos van a juzgar? ¿Por qué?

¡Plaf!

Un guardia que se había acercado a traición me agarró el brazo a través de los barrotes y lo retorció de mala manera.

—¡Si seguís hablando con los demás presos, voy a poneros a todos en celdas de aislamiento! —gruñó.

Le dio a mi brazo otro violento y doloroso giro, y se carcajeó como uno de esos locos malvados de los dibujos animados antiguos. Estaba tan enfadada que quería arrancar los barrotes y pisotearle la garganta. De repente, una ráfaga eléctrica estremeció todo mi cuerpo.

«Oh, oh…».

Lo siguiente fue ver al guardia a través de una cortina de llamas. Llamas que venían de… mí. Otra vez.

—¡Argh! —gritó el guardia mientras el fuego alcanzaba una manga y una pernera de su uniforme. Corrió hasta un extintor y se roció a sí mismo al tiempo que un grupo de amigos suyos venía hacia mi celda.

—¡Wisty! —voceó Whit—. ¡Agáchate!

Me protegí la cara con los brazos mientras me empapaban con espuma antiincendios. Corrección: espuma antiWisty. Y de pronto las llamas se fueron, y yo parecía un esponjoso árbol de Navidad, un pastel de limón y merengue, un muñeco de nieve zombi y pelirrojo resucitado de entre los muertos.

—Ni un truco más —dijo el guardia con voz ronca—. Tú te vienes conmigo.

Cuatro guardias del Nuevo Orden entraron con bates y pistolas paralizantes y me agarraron de los brazos, para arrastrarme por el pasillo. Otros cuatro cretinos estaban abriendo la celda de Whit.

Cuando los guardias consiguieron meternos en una habitación que lucía un cartel de INTERROGATORIO, yo ya estaba lista para darle a entender al Único que Interroga por qué llevaba dos semanas de castigo acumuladas en mi instituto.

Pero cuando se abrió la puerta, entró por ella el inútil de Byron Swain, seguido por un par de guardias.

—¿Me echabais de menos? —preguntó, con una sonrisa repugnante.