CAPÍTULO 102
WISTY
—¿Dónde está nuestra casa? ¿Dónde están mamá y papá? —dije en un susurro, mirando al campo de maíz donde solíamos vivir, donde crecí, donde pasamos momentos tan increíblemente felices (exceptuando los días de castigo escolar).
Recordé lo que decía mamá cuando volvíamos de las vacaciones. Me acordaba de todas y cada una de sus palabras:
Hay un norte, un este, un sur y un oeste,
y nuestra casa está justo en el centro.
Aunque viajemos, nuestro hogar es este,
si dices amor, puedes venir dentro.
Para ser sincera, nunca había comprendido aquellas palabras. ¿Decir amor? Aquello era gramaticalmente incorrecto. Tenía que ser «decir cosas de amor» o «decirle algo a tu amor», o algo así.
Volví a murmurar la cancioncilla. Estaba más emocionada que nunca desde que mi vida normal se convirtió en una vida de pesadilla.
—Si dices amor, puedes venir dentro… —susurró Whit.
—Decir amor… —repetí, con mi corazón latiendo dolorosamente. Entonces…—. Espera un momento… ¡Decir amor!
Di un paso al frente, hacia el lugar donde había estado el porche.
—Amor —dije, con voz alta y clara—. Amor.
Luego contuve el aliento. Una silueta fantasmal empezó a cobrar forma frente a nosotros. Era nuestra casa, vaporosa, transparente, irreal. Pero el recuerdo de nuestra casa, la esencia de nuestra casa, estaba allí, incluso con las enredaderas que trepaban por la pared sur y una pelota de Whit, vieja y deshinchada.
Entonces la puerta principal se abrió, y sentí que mi corazón vibraba con fuerza dentro de mi pecho.
«Por favor, que no sea el Único», recé.