CAPÍTULO 10

WHIT

Era como si nos hubiésemos despertado y de repente estuviésemos viviendo en un estado totalitario. Lo primero que vi cerniéndose sobre mí fueron docenas de banderas ondeando. En ellas estaba escrito, con grandes letras mayúsculas: N.O.

N.O. Parecía totalmente apropiado, incluso con un toque poético. NO.

Wisty y yo estábamos frente a un enorme edificio sin ventanas, cercado por una valla metálica de alambre de espino. En una piedra expuesta sobre el camino de entrada, hecho de acero, había grabadas letras gigantescas con las que estaba escrito REFORMATORIO DEL NUEVO ORDEN.

Entonces las puertas se abrieron con un chirrido y de repente me di cuenta de que nuestro plan de huida probablemente no iba a salir bien. Diez guardias más (con uniformes negros) salieron al frente, para unirse a los conductores y formar un semicírculo alrededor de la parte trasera de la camioneta.

—Bien, ahora vigiladlos de cerca —oí decir a uno—. Ya sabéis, son…

—Sí, lo sabemos —dijo otra voz malhumorada, la de uno de los conductores—. Mis quemaduras lo tienen bastante claro.

Ni siquiera me molesté en luchar mientras aquellas descerebradas tropas de asalto nos conducían hacia delante y nos arrastraban por una gran puerta rematada con alambre de espino.

Soy bastante grande (mido más de metro ochenta, peso ochenta y seis kilos), sin embargo, estos tipos me trataban como si fuera una bolsa de palomitas de maíz. Wisty y yo intentamos mantenernos en pie, pero no dejaban de darnos empujones y desequilibrarnos.

—¡Podemos caminar! —gritó Wisty—. ¡Todavía estamos conscientes!

—Eso tiene una solución muy fácil —dijo uno de los robustos guardias.

—Escuchad —intenté decir—, os estáis equivocando de personas…

Pero el guardia más cercano a mí levantó su porra y me callé a mitad de la frase. Nos empujaron a través de las escaleras de cemento, a través de las gruesas puertas de acero, y entramos a un vestíbulo brillantemente iluminado. Parecía una cárcel. Había un corpulento guardia detrás de una ventana de vidrio blindado, una puerta cerrada y otro guardia con una porra en la mano.

Oí un fuerte zumbido y la puerta se abrió.

—¿No os sentís un poco estúpidos, chicos? —dije—. Quiero decir, una docena de hombres gigantes a cargo de dos chavales es un poco vergonzoso. ¿No creéis que…? ¡Ay!

Un guardia me golpeó fuertemente las costillas con la porra de madera.

—Empezad a pensar en vuestro próximo interrogatorio —dijo el guardia—. Hablar o morir. Vosotros elegís, chavales.