CAPÍTULO 1

WHIT

A veces te despiertas y el mundo es simplemente distinto.

Fue el ruido de un helicóptero que volaba en círculos lo que me hizo despegar los ojos. Una luz azulada y fría se abrió camino a través de las persianas e inundó el salón casi como si fuera de día.

Pero no lo era.

Eché un vistazo al reloj del reproductor de DVD con la mirada borrosa. Eran las dos y diez de la mañana.

Me di cuenta de que estaba oyendo un persistente toc, toc, toc, algo similar a un latido fuerte. Pulsante. Agobiante. Que se aproximaba.

«¿Qué está pasando?».

Me acerqué a la ventana, obligando a mi cuerpo a regresar a la vida después de haberme tirado dos horas acostado en el sofá, y asomé la cabeza entre las rendijas.

Y luego retrocedí y me froté los ojos. Con fuerza.

Porque no era posible que de verdad hubiera visto lo que había visto. Y no era posible que de verdad hubiera oído lo que había oído.

¿En serio aquello era el paso severo y monótono de cientos de soldados marchando por mi calle, perfectamente acompasados?

La carretera no se hallaba lo bastante cerca del centro de la ciudad como para que ningún desfile festivo pasara por allí, y mucho menos para que hombres armados con uniforme de combate aparecieran por allí en mitad de la noche.

Sacudí la cabeza y di un par de saltos, como suelo hacer en los calentamientos. «Despierta, Whit». Me di un pequeño cachete para estar seguro. Y después volví a mirar.

Ahí estaban. Soldados avanzando por nuestra calle. Centenares de ellos. Perfectamente visibles gracias a la media docena de focos que coronaban sus camiones.

Un único pensamiento daba vueltas sin cesar en mi cabeza: «Esto no puede estar sucediendo. Esto no puede estar sucediendo. Esto no puede estar sucediendo».

Entonces recordé las elecciones, el nuevo gobierno, las quejas de mis padres acerca de lo malo que eso era para el país, los programas especiales en televisión, las reclamas políticas que mis compañeros de clase estaban haciendo circular por Internet, los encendidos debates entre los profesores del instituto. Ninguna de esas cosas había significado nada para mí hasta aquel segundo.

Y antes de que pudiera sacar ninguna conclusión, la vanguardia de la formación se detuvo enfrente de mi casa.

Casi más rápido de lo que mi mente era capaz de asimilar, dos destacamentos armados se separaron de su columna y echaron a correr por el césped como si fueran comandos; uno de ellos se situó tras la casa y el otro frente a ella.

Me aparté rápidamente de la ventana. Tenía la certeza de que no estaban allí para protegernos a mí y a mi familia. Debía avisar a papá, a mamá y a Wisty…

Pero justo cuando empezaba a gritar, la puerta de entrada fue arrancada de cuajo.