CAPÍTULO 96

WISTY

Con toda la que se ha liado en la última hora, desde el mensaje profundamente preocupante de nuestros padres hasta la experiencia imposible de olvidar de Byron Swain absorbiendo, abrazando y respirando mi fuego, pasando por la pelea contra la galerna, salgo del edificio sintiéndome inexplicablemente poderosa. Estoy aprendiendo algo sobre mí misma, aun cuando no acabo de saber de qué se trata y por qué el Único lo necesita con tanto ahínco.

Tan pronto como Whit y yo salimos del edificio de la señora H., se desata un increíble vendaval, lo que solo puede significar una Única cosa. ¿Sabéis qué? Ni siquiera me sorprende. Él es, odio decirlo, omnipresente.

Me vuelvo, dispuesta a encontrarlo frente a frente, como si fuera un duelo. El Único camina muy despacio por la calle abandonada en dirección a nosotros.

—¡Este es el gran final, hijos de los Allgood! —proclama a modo de aviso, lo que parece inusualmente deportivo por su parte—. Ya le he dado demasiadas oportunidades a ese desgraciado informante —continúa hablando mientras se acerca a nosotros—. Le dije que si fracasaba en esta misión, le sometería a la tortura… de veros morir lenta y dolorosamente por mi propia mano. Pero para que veáis que soy imparcial por encima de todo, un examen final. Va a ser un todo o nada para ti y para tu hermano. Quizá los dos sobreviváis, quizá uno de los dos, es probable que ninguno. ¿Preparados, hijos míos? —no espera nuestra respuesta—. Entonces, ¡empecemos!

Golpea el suelo con el pie, y una grieta enorme se abre a toda velocidad por mitad de la calle en dirección a nosotros.

—¡Yo domino la tierra! —chilla a pleno pulmón—. ¿Verdadero o falso?

Whit me toma de la mano y la aprieta. Es asombroso lo que un pequeño toque humano puede hacer. Me proporciona el estímulo que necesito.

—¿Podemos volar? —digo.

—Merece la pena intentarlo. Concéntrate, ahora. Podemos hacerlo.

Es la metamorfosis más rápida que he hecho nunca, una doble metamorfosis, para ser exactos, que en un instante nos eleva por los aires. Convertirse en halcón requiere bastante más energía que convertirse en colibrí, pero tengo las pilas recargadas y me dejo llevar. El ímpetu es increíble. Normalmente, la mera presencia del Único inhibe mis poderes mágicos, pero ahora me siento tan invencible que empiezo a batir las alas de manera triunfal por encima de la ciudad.

Sin embargo, solo dura unos cientos de metros, hasta que nos golpeamos contra un muro de viento. Tratamos de aprovecharlo, mas no tenemos poder contra su fuerza bruta y acabamos dando vueltas sin control y cayendo al suelo.

—¡Yo domino el viento, el aire! —brama el Único—. ¿Verdadero o falso?

Whit y yo casi nos damos de cara contra una fachada de ladrillos. Pero antes de sentir un átomo de pánico, me las arreglo para convertirnos en el primer animal que se me ocurre equipado con una armadura: el armadillo. Dos armadillos. Nos encogemos como balones reforzados y rebotamos contra la pared, contra la cual, todo hay que decirlo, nos hacemos un poco de daño, y acabamos rodando por la calle.

Otro abismo empieza a abrirse delante de nosotros, acompañado por el rugido del Único que se enfada.

—Yo domino las ciudades y las calles. ¿Verdadero o falso? Os daré una pista… Esta afirmación es verdadera.

La calzada explota de repente soltando pedazos de roca que se convierten al instante en cristales brillantes, y metralla afilada como cuchillas sale despedida en todas las direcciones. Si Whit y yo no escapamos del suelo en un segundo, vamos a acabar fileteados.

Saltamos más fuerte y más alto, hasta que siento no solo alas, sino también garras. Somos parte león, parte ave… el legendario grifo de las leyendas.

«¿Podemos convertirnos en cualquier cosa que imaginemos?».

No hay palabras para describir este alucinante descubrimiento. Pero no hay tiempo para eso porque acabamos de sentir un crujido como un trueno en el punto donde nos hemos elevado. Los dos edificios a cada lado de la calle se desploman, y la onda de choque y la nube de polvo que se alza detrás de nosotros nos manda dando vueltas, fuera de control.

Es algo vertiginoso para la mente. Nuestro poder es grande, pero el suyo es increíblemente inalcanzable. «¿Por qué es tan poderoso? ¿Quién puede controlar la naturaleza de esta forma?».

Tengo un terrible, terrible pensamiento.

«¿Quizá sea Dios?».

Ahí está de nuevo. Mayor que la vida misma, con los brazos extendidos, los ojos fijos en nosotros, su impecable traje oscuro. Su boca se tuerce con furia mientras conjura lo que parece ser un tifón en mitad del cielo, directo sobre nosotros.

El viento huracanado y la lluvia cayendo a plomo sobre nuestras alas es mucho más de lo que podemos soportar, y nos desplomamos sobre las aguas del puerto.

—¡Pregunta para subir nota! —vocifera el Único—. ¿Quién domina el agua, los océanos, los ríos, los mares? Vaya, se acabó el tiempo. Fuera lápices. ¡Soy yo!