CAPÍTULO 94
WHIT
Cuando mi hermanita estalla en llamas, a veces no es más que la típica antorcha humana a la que basta con no estrechar la mano para permanecer a salvo. Otras veces, sin embargo, brilla con tanta intensidad que casi no se la puede ni mirar. Como ahora.
Sin embargo, Byron la mira. De hecho, se queda totalmente ido, como si nunca lo hubiera impresionado antes con sus habilidades.
Las cuerdas y la mordaza de Wisty duran un nanosegundo mientras se levanta del suelo y le suelta un par de manotazos al escuadrón de la muerte de Byron. Este toma la sabia decisión de retroceder dando pasos tambaleantes. Estoy seguro de que puede convertir a los monstruitos en cenizas en cuanto quiera, pero por algún motivo no lo hace.
Mientras los niños-mono dan un paso atrás, Byron se adelanta hacia Wisty. Parece sumido en un trance. Deja caer el silbato de mando y sus ojos se ponen vidriosos.
Wisty mueve las manos enloquecida.
—¡Aléjate de mí, Byron! Quemo como un millón de hornos. Déjame en paz y no te haré daño.
—No puedes hacerme daño, Wisty —dice—. Ya no.
Entonces hace lo impensable. Estoy atado y amordazado y no puedo hacer nada mientras veo a Byron arrojarse en los brazos llameantes de mi hermana. Ella trata de alejarlo, pero él se le abraza como si fuera un niño y ella estuviera aquí para rescatarlo.
Wisty tenía razón. No somos asesinos. Por mucho que odie a este chico, no puedo permanecer impasible mientras se inmola.
—¡Byron! ¿Qué haces? ¡Detente! —chilla Wisty—. ¡Para, échate al suelo y rueda!
—No me haces daño, Wisty —repite Byron de manera mecánica, a pesar de las llamas que chisporrotean a su alrededor. Debe de estar delirando. Obviamente, está muriendo abrasado, pero no muestra la menor señal de dolor.
Los niños salvajes, confusos y sin líder para guiarlos, empiezan a gruñir de nuevo. Pero Byron no les hace caso, con la cara hundida contra el cuello de Wisty y sus brazos rodeándola. Como si estuviera bebiendo de su fuego.
El caso es que… no se está quemando.
«¡No se está quemando!».