CAPÍTULO 91
WISTY
Nos quedamos congelados, Whit y yo. No hay mucho que decir cuando acabas de presenciar algo tan extraño y horrible como lo que acaba de suceder en el apartamento de la señora Highsmith.
Pero Whit se muestra tan práctico como siempre.
—Salgamos de aquí antes de que el Único se manifieste en persona. O de que envíe a sus soldados.
Demasiado tarde.
No hemos tenido ocasión de alcanzar la puerta cuando escuchamos una melodía familiarmente espeluznante al otro lado de la ventana. Una serie de notas grabadas para siempre en nuestra memoria.
El silbato de mando. El silbato de mando de Byron Swain, para ser exactos.
Me acerco a la ventana, ignorando el grito de Whit.
—¡Wisty! ¡No! ¡Aléjate de ahí!
Debajo, en la acerca impoluta de la Ciudad del Progreso, hay una deprimentemente familiar muchedumbre de monstruitos liderados por, menuda sorpresa, el señor Indigno de Confianza en persona.
Pero ¿sabes qué? También tengo una sensación de alivio (cien por cien fuera de mi control, debo añadir) al saber que Byron no está muerto. Vivir para ver.
Whit se encuentra detrás de mí, en ademán protector, y de repente, salta hasta la entrada del apartamento para tratar de atrancar la puerta, por si se da el caso de que se repita nuestro pasado encuentro con B. y sus babeantes amiguitos de dientes afilados.
—Supongo, Wisty, que no has acabado de comprenderlo del todo —dice Byron, casi impasible—. Si hubieras hecho lo que debías, si me hubieras escuchado cuando te lo estuve contando todo, ahora podría ayudarte. Pero no lo hiciste. De modo que ya no puedo —hay una nota de enfado en su voz, y cuando ve a Whit, que ha vuelto a mi lado, dice—: Así que ahora me temo que tengo que hacer lo que Celia me pidió.
—¿De qué estás hablando, Swain? —chilla Whit—. No te atrevas a pronunciar su nombre.
—Cuando os seguí hasta Shadowland, me encontré con tu antigua novia. Para ser más exactos, su gente se encontró con mi gente —recuerdo el momento, y sé que Whit lo recuerda también—. Y siento informarte, mi querido donjuán, de que ella se ha convertido en uno de los perdidos. Ella y sus nuevos amigos estuvieron a punto de comernos… lo que significa que te hubiera tocado a ti, también.
Ni siquiera tengo que mirar a Whit para sentir la energía irradiando desde su cuerpo: quiere tirarse por la ventana sobre Byron.
—¡Eso es imposible! —grita.
—¿Cuál es tu problema, Byron? —chillo—. Haces como si yo te importara, y luego me mientes, y me amenazas, y me traicionas cada vez que nos vemos…
—¿Mentirte? Wisty, dame una buena razón por la que debería mentirte. Dame una razón por la que vivir ahora.
Debo admitirlo, no puedo responder a esa. En la vida podría. Ni siquiera cuando Byron iba a preescolar conmigo.
—Demuestra que hablaste con Celia —sigue Whit—. ¡Demuéstramelo!
—De acuerdo, Whitford. Puedo demostrarlo. Dime, ¿te suenan estas palabras?: «Nos queda poco tiempo juntos. No lo malgastemos».
A juzgar por la cara que se le queda a mi hermano, ha escuchado esas palabras en particular en otra ocasión.
—Tuviste un sueño la otra noche, ¿no? Y Celia llevaba un perfume particularmente intenso, ¿verdad?
He visto cenizas de chimenea con un color más vivo que la cara que tiene Whit ahora.
—¿Ya sabes por qué llevaba tanto perfume? Porque incluso en sueños, ella apesta a podrido como un zombi, igual que apestan todos los perdidos.
La cabeza de Whit tiembla por la negación, o la repugnancia, o el horror. O por todo junto.
—¿Sabes qué es irónico? Que no te persigue porque te quiera. O porque quiera que regreses. No, ella va detrás de otra persona.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Whit.
—De hecho, el trato al que llegué con ella, la razón por la que me dejó vivir y regresar aquí, es que le prometí entregarle a tu hermana. Es de lo que va todo esto, musculitos.