CAPÍTULO 90

WISTY

Nunca había sentido su poder tan fuerte como ahora.

Tras escapar por los pelos de la tormenta de cristal, Whit y yo nos escondemos como podemos detrás de un radiador de hierro, en un intento de evitar el remolino de muebles, cubiertos y enseres que da vueltas como un tornado furioso destrozando el apartamento.

La señora Highsmith, en cambio, permanece con determinación en el centro del torbellino.

—¡Ha conseguido dominar el aire! —exclama en mitad del estruendo—. Estudiad cada uno de sus movimientos. Aprended de esto.

Ya es bastante complicado evitar las tostadoras y los tiestos volantes y seguir de pie. Pero de pronto se vuelve diez veces más difícil cuando el suelo se convierte en una especie de gelatina. Es todo un terremoto, cortesía del Único. Los golpes y choques y colisiones de los muebles alcanzan un nivel de decibelios ensordecedor, como si nos fueran a estallar los oídos. La cabeza me va a reventar.

—¡También ha dominado la tierra! —sigue la señora Highsmith: grita su lección por encima de la locura. El Único la complace ilustrando su frase siguiente—. ¡Y las aguas!

Ahora llueve dentro del apartamento. La habitación se llena de agua turbulenta, que gana altura rápidamente hasta nuestras temblorosas rodillas.

—Solo hay una cosa que necesita para asegurar por completo su dominio sobre el mundo, ahora y para siempre. Su ego es enorme. Esa es su fuerza y su debilidad. ¿Me seguís… LA CORRIENTE?

En ese momento, la señora Highsmith se eleva por el aire, se diría que para evitar el verse obligada a nadar en su propia cocina, pero a juzgar por la mueca de ira salpicada de terror que luce su rostro, juraría que no lo está haciendo por su propia voluntad. En cosa de un segundo, está prácticamente inmóvil contra el techo, con la cara torcida de auténtica agonía. Sus ojos sobresalen de manera antinatural de sus órbitas.

«La va a aplastar hasta matarla, ¿verdad?».

—¡Farsante! —exclama ella de manera inexplicable, y de repente el remolino se detiene—. ¡Da la cara!

Y entonces, como si hubiera sido agarrada por unos invisibles fórceps, sale despedida del apartamento por una ventana rota hacia el interior del torbellino, sin dejar de gritar «¡Da la cara!» todo el tiempo.