CAPÍTULO 88

WHIT

—Llegáis tarde —dice la señora Highsmith a través del portero automático y abre el portal incluso antes de que lleguemos a apretar su botón. ¿Cómo lo sabía?

—No teníamos cita, ¿no? —le pregunto a Wisty, todavía extrañado mientras subimos a toda velocidad las escaleras y encontramos la puerta de su apartamento abierta.

La vieja bruja se encuentra en la cocina, con un aspecto un poco más de poeta que de ninja, delante de un barril metálico enorme que es casi tan alto como ella. Está revolviendo algo que huele verdaderamente mal. Toma un sorbo y se atraganta con su propio brebaje.

¿Esta es la mujer que nos va a ayudar a cambiar nuestra suerte? ¿Cómo va a ayudar a salvarnos?

—Por fin hablamos tú y yo, Whitford. Mi cristal me decía que eras un muchachito bastante agraciado, pero ahora que te tengo bien cerca, puedo ver que eres lo que se dice un bombón.

¿Puedo dejar por escrito lo increíblemente espeluznante que es recibir un cumplido de una vieja bruja? Me balanceo entre una pierna y otra, incómodo.

—Solo que podrías aprender a permanecer de pie un poco más derecho, querido. Añade algunos centímetros. Y bien, ¿qué os ha parecido el viaje, por cierto? —pregunta como si hubiéramos venido de visita a ver a la abuelita.

—Mmm, ha sido un poco… como si hubiera una guerra ahí afuera —digo sin fuerzas.

Wisty resume nuestro infernal recorrido de las últimas tres horas y media.

—Digamos, señora H., que si usted alguna vez tiene la oportunidad de correr para salvar la vida delante de una cortina de bombas que explotan y queman de una manera que los edificios y las aceras y las calles y la propia ceniza se funden hasta convertirse en cristal… ¡bueno, piense en qué otras opciones le quedan y ponga en ellas sus últimas fuerzas!

—Oh, vaya si lo haría, Wisteria —se ríe—. Estos viejos huesos ya no van corriendo a ninguna parte, de ninguna manera, por ningún motivo —¿hablará en serio esta vieja?—. Sí —responde mirándome para darme a entender que puede leer mi mente—. Habéis demostrado tener agallas al tomar la decisión de venir aquí a través de ese infierno. Vuestros padres están muy orgullosos de vosotros.

—¿Cómo lo sabe? —dice Wisty con brusquedad.

—¿Tiene información sobre ellos? —pregunto yo a la vez.

—Claro. Y vosotros estáis a punto de hacerlo también, queridos míos. He estado practicando mi técnica holográfica y, qué casualidad, ¡vuestros padres acaban de aparecer!

Wisty y yo nos miramos.

—¿No es lo mismo de lo que hablaba el Único en el Centro M.F.? —exclamo, primero con sorpresa, luego con horror. Por lo que sé, esta extraña viejecita bien podría estar de parte del Único.

—Pero no es… real, ¿no? —Wisty confiaba en que la retorcida alucinación de nuestros padres no fuera más que otro de los trucos del Único.

—Oh, sí que es real, claro —dice la señora H., y yo me pregunto: ¿qué significa real a estas alturas?—. Venid aquí, os lo enseñaré. Venid rápido. No sé cuánto tiempo más durará mi hechizo.

Rodeamos el barril y nos sentamos a una mesa atestada con montones de libros, bolígrafos, papeles, velas, cerillas, una extraña vasija y una sartén.

—Veamos, ¿dónde se ha metido? Oh, aquí está —levanta un paño de cocina sucio y, como si estuviera preparando su número de bruja completo, extrae de debajo algo que parece una bola de cristal.

«Esto no puede ser lo que va a solucionar nuestros problemas».

—¿Cómo funciona? —pregunta Wisty.

—Pregúntale a tu hermano —la señora H. me mira y sonríe maliciosamente—. Aquí tienes, Whit. Pon la palma de tu mano sobre el cristal —me toma la mano y la posa sobre la bola junto a la suya. La bola desprende cierta calidez, como una cafetera tibia.

Se produce un chispazo de luz tan pronto como mi mano hace contacto.

—¡Guau! —exclamo. Siento algo dentro de mí, algo poderoso, pero estoy demasiado asustado para dejarlo salir. No estoy nada listo para aceptar este nuevo rol de adivino.

—¿Ben? ¿Liz? ¿Seguís ahí? —grita la señora H. como si estuviera peleándose con una mala conexión telefónica—. Vuestros críos se han dignado aparecer. Supongo que las bombas los han retrasado un poco.

No puedo creer lo que estoy viendo pasar justo bajo mi mano. Nubes y formas bailando y luego uniéndose para acabar formando las caras de mis padres.

—¡Mamá! ¡Papá! —gritamos Wisty y yo a la vez.

Parecen todavía inquietantemente fantasmales, pero esta vez los ojos de papá están abiertos, gracias a Dios, y los dos sonríen cuando escuchan nuestras voces.

—¡Whit! ¡Te veo con total claridad! —dice mamá—. ¿Puede acercarse un poco Wisty? Tenemos que hablar.