CAPÍTULO 85
WISTY
Whit y yo nos arriesgamos a echar un vistazo al exterior. El sol está en lo alto de un cielo perfectamente azul para cuando la artillería del Nuevo Orden ha terminado su trabajo. Podemos ver la silueta de la Ciudad del Progreso a unos kilómetros, a través de la bombardeada Freeland. «¿Y ahora qué?».
Como ninguno de nosotros ha dormido gran cosa, y la kilométrica marcha que nos queda por delante nos obliga a recargar la mayor energía posible, Whit y yo nos esforzamos en conjurar un bufé de desayuno para todo el grupo con su beicon, huevos y gofres. El festín es bastante mayor que el truco de la sopa de tomate que Whit había intentado anteriormente. Descubrir que ya no tendríamos que depender como alimento básico de las golosinas de Garfunkel’s supone un punto de inflexión para nosotros y nuestros poderes.
Así es como lo hemos hecho: partiendo de lo que Whit y yo aprendimos en el Centro M.F., hemos intentado practicar nuestra magia junto al grupo, uniendo nuestras manos, y ha funcionado a las mil maravillas. Incluso he empezado a considerar las teorías locas de Byron sobre cómo hacer nuestra magia más poderosa al compartirla con otros. Este podría ser el secreto de nuestro éxito…
Por supuesto, los gofres ayudan un montón. Llevamos medio día metidos en un túnel, así que la suma del sol y el desayuno da como resultado un grupo de niños la mar de contentos.
Menos mal, porque un rato después se nos viene encima una formación en «V» de por lo menos cincuenta bombarderos pesados del Nuevo Orden. Esta es la batalla que hemos estado esperando, y que hemos ensayado y vuelto a ensayar. En la medida en que se pueda ensayar derrotar a un enemigo que domina el mundo.
Así que en lugar de escondernos entre los escombros, permanecemos como rocas al descubierto en medio de esta tierra arrasada, con la mirada fija en los aviones que se acercan.
—¿Estáis preparados? —grita Emmet, imponiéndose al ruido del escuadrón. Me lanza un guiño confiado, y yo asiento.
—De acuerdo, chicos, ¡concentración, concentración, concentración! —grito como si fuera un monitor de gimnasio dirigiendo un masivo test de Cooper—. Aguardad hasta que estén encima de nosotros, pero no lo suficiente para que empiece el bombardeo. ¡Yo os diré cuándo!
Y, cuando el momento al fin nos parece apropiado, Whit y yo empezamos a dirigir un coro de voces. Doy un paso atrás y digo:
¡Diablo alado, no hables más!
¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal!
¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje
quiero en mi portal! ¡Deja en paz mi soledad!
Me quedo sin aliento, y algunos de los otros se desmayan y todo a causa del esfuerzo, o la emisión de poder, o lo que quiera que esté sucediendo…
Para ser honestos, ni siquiera sabemos qué está sucediendo.
Los aviones empiezan a cabecear y luego entran en espiral contra el suelo. Parece que sus alas… ¿han desaparecido?
—¡Se van a estrellar! —chilla alguien—. ¡Contra nosotros!
—¡Otra vez! —grito—. ¡Debemos pronunciar las palabras de nuevo! ¡Todos juntos!
Los bombarderos se precipitan sin control contra nosotros, y no nos queda energía para buscar refugio, al menos no en este yermo arrasado por las bombas. Algunos de nosotros nos las arreglamos para unir nuestras manos y recitar el hechizo de nuevo.
Los bombarderos están ahora distorsionados de una forma grotesca. Son como mitad máquina, mitad criatura. Y todavía se dirigen contra nosotros.
—¡Miradlos de frente! —exclamo—. ¡Cantemos una vez más!
Una última vez más, quiero decir, porque si esto no funciona ya mismo, somos historia.
Hay un avión a solo unos cientos de metros de caerme encima, y cierro los ojos cuando pronuncio el último verso.
Cuando los abro, me siento hambrienta más allá de lo habitual. No veo nada en el cielo… excepto una bandada de cuervos. Creo que acabamos de convertir sus bombarderos en pájaros.