CAPÍTULO 84
WHIT
Ahora que Garfunkel’s ha quedado al descubierto, debemos mudarnos a una nueva localización segura, pero nadie sabe exactamente dónde. Janine, Sasha, Emmet, Wisty y yo estudiamos las opciones mientras nos adentramos por los túneles bajo los otrora célebres grandes almacenes, que solían esponsorizar equipos de fútbol y la cabalgata de carnaval.
—Dentro de unas horas, Freeland va a ser arrasada a base de bombas o literalmente cubierta por patrullas del Nuevo Orden. O las dos cosas juntas —rememoro los detalles de lo que Byron nos contó a Wisty y a mí en la fábrica—. Vamos a tener que penetrar en el territorio del Nuevo Orden, quizá agazaparnos allí y esperar a que pase la tormenta.
—Pero ¿dónde? —pregunta Janine—. Hemos pasado tanto tiempo en Garfunkel’s que no tenemos ni idea de cómo funcionan las cosas fuera de ahí. Es lo malo de haber vivido tan cómodamente.
—¿Qué tal el depósito de agua de Stockwood? —sugiere Sasha.
—Demasiado arriesgado —digo—. Los Bionics lo conocen, y sabemos que trabajan para el Único —miro la cara apenada de Wisty—. La mayoría de ellos, por lo menos.
—¿Y la fábrica abandonada de Electio, Whit? —dice Janine.
—Tomada por el enemigo —responde Sasha.
Wisty propone la Ciudad del Progreso.
—Allí no habrá bombardeos, y tal vez la señora Highsmith pueda ayudar a los heridos y enfermos.
Tras una breve discusión, decidimos que es nuestra mejor opción. Intentaremos llevar a cabo una transformación de grupo cuando estemos cerca, para hacernos pasar por una manifestación de apoyo al Único, o un desfile de Estrellas de Honor del líder de sector. Los viejos túneles no llegan hasta allí, de todos modos, así que tendremos que hacer la última etapa del viaje por la superficie y a pie.
—Quizá haya un portal que nos lleve allí —se me ocurre.
—Sí. Demos una vuelta por Shadowland —se burla Wisty—. Cada vez que entramos desenrollan la alfombra roja para nosotros. Sobre todo cuando tienen hambre.
—Estamos agotados —dice Janine—. Hemos caminado mucho tiempo, y muchos de nosotros no hemos dormido durante la última noche. Tomémonos un descanso de unas horas antes de salir a cielo descubierto.
Y en ese preciso instante se reanuda el bombardeo. El peor que hemos sufrido.
Con el túnel temblando como un martillo neumático, y sin la certeza de que sea lo bastante fuerte para aguantar las explosiones, nadie consigue descansar gran cosa, y mucho menos dormir. En lugar de eso, nos acurrucamos juntos y en silencio, no en busca de calor, sino de seguridad.
Janine y yo, de espaldas contra el muro, descansamos hombro con hombro. Wisty reposa su cabeza sobre el regazo de Emmet. Sasha rasguea su guitarra. El resto de los niños forma una maraña alrededor nuestro.
«Vamos a morir aquí, ¿verdad?».