CAPÍTULO 79

WISTY

Un ruido increíblemente intenso me despierta de un sueño tan profundo que se parece a la muerte. Me despierto de un salto, e incluso con un pequeño estallido de fuego. «¿Dónde estoy? Es un espacio abierto… Me resulta vagamente familiar…».

Camino a través de la oscuridad iluminada por las estrellas y apenas consigo agarrarme a una barandilla. «Ah, sí. Ya me acuerdo». Estoy en la cornisa de una fábrica abandonada que mi hermano y yo encontramos después de que el portal nos dejara cerca de la frontera de Freeland, en una zona llena de cascotes.

Y se suponía que yo tenía que hacer la primera guardia nocturna mientras el pobre Whit descansaba un poco.

Oigo que abajo hay alguien merodeando. ¿Jadeos? ¿Gruñidos? «¡Oh, no! ¡Tengo que avisar a Whit!».

Pero antes de que yo consiga llegar hasta la puerta de la azotea, él sale por ella.

—¡Son Byron y sus monstruitos! —jadea—. ¡Tienen que haber pasado a través del portal después de nosotros! Han seguido nuestro rastro. ¿Hay alguna otra salida?

Sacudo la cabeza de un lado a otro.

—Así que tenemos que usar la magia o pelear…

—No va a haber ninguna pelea —oigo que dice Byron Swain, orgullosamente, mientras se desliza a través de la puerta y la cierra tras de sí. Tiene el mismo sentido de la oportunidad que siempre.

Oímos un estrépito de seres que trepan por las escaleras y golpean la puerta como locos.

Byron saca una flauta de entrenamiento y toca varias notas, lo que parece calmar un poco a las criaturas. Pero eso no impide a Whit empujar a Byron contra la puerta.

—¡No vamos a ir a ninguna parte sin pelear primero, Swain! —dice mi hermano, con las mandíbulas apretadas—. Hubo un par de minutos en el centro en los que creí que de verdad querías ayudarnos. ¿Tirarnos por el váter? Eso podría haber significado una cosa o la otra. Pero… ¿aparecer con una manada de monos locos? No tienes ninguna intención de ayudarnos a nosotros. Solo quieres ayudarte a ti mismo.

—Siento mucho todo esto —dice Byron, mirándome directamente a los ojos. Y he de reconocer que parece que está haciendo todo lo posible para contener las lágrimas—. Pero para ser del todo sincero, tienes algo de razón, al menos hasta hace poco. Mi Equipo de Asesinos —señala con la cabeza hacia la puerta que contiene a las bestias— iba a ser el instrumento de mi propia muerte, así como de la vuestra.

Suspira hondo, como si no pudiera con el peso de todo aquello.

Y lo más extraño es que yo también estoy empezando a sentir algo.

Por lo general estaría a punto de arder en llamas después de escuchar sus pequeños planes de asesinato. Pero al verle tan triste y destrozado… al ver… los sentimientos que tiene por mí, sean los que sean… se me hace un nudo en la garganta, y en lugar de tenerle miedo y estar enfadada con él, me da pena.

—El único que va a morir eres tú —le escupe Whit.

—Cállate, Whit —le digo, volviéndome hacia la comadreja—. Byron, ¿de verdad puedes mirarme a los ojos y decir que pretendías acabar la noche con una masacre suicida y asesina? ¿De verdad estás tan loco? En el centro realmente había empezado a creer en ti —confieso.

Me parece ver un destello de esperanza en los ojos de Byron, pero se apaga enseguida.

—¿Loco? No lo sé, Wisty. No sé lo que soy, o cómo estoy. ¿Te acuerdas de cuando te dije que nadie puede pasarse mucho tiempo expuesto a la maldad del Único y no sufrir cambios? He visto cosas en él, sé cosas de él y de sus víctimas que me han llevado al límite. Y no puedo pedir disculpas por ello. Y puedo decirte, sin lugar a dudas, que será mejor para ti morir ahora que verte obligada a estar a su lado. Eso es lo que él quiere, y lo que acabará consiguiendo.

De acuerdo. Ahora cuenta con toda nuestra atención. Whit relaja la presión con la que le estaba sujetando, pero su tono sigue siendo duro.

—No tienes ninguna fe en Freeland, ¿verdad? Ni en la Resistencia. Ni en nosotros.

Los ojos de Whit muestran tanta amargura que se me ocurre que a lo mejor es él quien acaba estallando en llamas.

—Sí que creo —dice Byron, separando por fin sus ojos de los míos y fijándolos en Whit—. Incluso en ti, aunque seas un bestia. He estado leyendo tu diario. Muy interesante. No tenía ni idea de ese don tuyo tan especial.

Whit parece sorprendido.

—¿Te refieres a escribir?

Byron se ríe.

—¿Estás de broma? La mayor parte de lo que escribes está copiado de lo que aprendimos en clase de la señorita Magruder. Y el resto… digamos que es normalito.

Este chico realmente no tiene miedo de que mi hermano lo empotre, ¿verdad?

—¿Quieres decir que no tienes ni idea de cuál es tu don?

—Lo primero de todo, Byron, es que te he dicho que no hables así —salto. Va a hacer falta que intervenga una mujer para que esta conversación pueda llegar a alguna parte—. Lo segundo: por favor, dinos a qué te refieres.

—Las pruebas están ahí si se sabe dónde buscar —continúa Byron, con ese tono de sabihondo—. Estoy bastante seguro de que Whit es clarividente.