CAPÍTULO 77
WHIT
Correr a través de Shadowland es como esquiar cuesta abajo con los ojos cerrados. Puro terror. Puede que nuestros hambrientos e implacables perseguidores estén igual de aterrados por lo fácil que es perderse en este paraje sin forma, pero nosotros estamos doblemente condenados por culpa de su sentido del olfato, porque estoy seguro de que puede con la niebla. Lo que significa…
Que mi hermana y yo estamos a punto de ser desollados y devorados en los fríos terrenos de Shadowland.
Un aullido apagado atraviesa la niebla por delante de nosotros, a un tiro de piedra. Por un instante, la confusión me hace creer que hemos corrido en círculo y que las extrañas criaturas se nos han adelantado y están esperándonos para empezar a devorarnos.
Pero me equivoco.
—¡Perdidos! —grita Wisty.
Y de repente están ahí, con sus sombras hechas jirones, la tenue luz de sus ojos en forma de rendija. Y hay muchos. Decenas de espectros dirigiéndose hacia nosotros.
—¡Por aquí! —le indico a Wisty—. En cuanto les veamos el amarillo de los ojos, nos vamos a la izquierda. Todo a la izquierda.
—¡Espero que eso no nos lleve justo delante de las fauces de los otros asesinos!
—Yo también. A la izquierda, y luego a la derecha. Quédate detrás de mí.
Vemos a los perdidos cada vez más nítidos, ondeando frente a nosotros según nos acercamos, pero aún no estamos lo bastante cerca.
—Aún no, aún no —le digo a Wisty.
Protejo mi cuerpo de su frío con los brazos. Doce metros, ocho metros, cuatro metros… ¡eso es! Una corriente gélida nos golpea como una tonelada de hielo.
—¡Ahora! —grito, virando hacia la izquierda, agarrado de la mano de Wisty, que sigue detrás. Tiene que conseguirlo. Uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, siete…—. ¡A la derecha!
Y entonces, detrás de nosotros, los gemidos se encuentran con los chillidos, y oímos la batalla más impresionante entre momias y licántropos que nunca haya tenido lugar.
—¡Ha funcionado! —grito—. Al menos por ahora. Sigamos atentos por si hay más… en cualquier sitio.
Entonces suceden más cosas en solo cinco segundos de las que me han pasado nunca en cualquier otro momento de mi vida. Y, seguramente, de la de cualquiera.
Oímos a Byron gritar:
—¡Llámalos, idiota!
—¡Llama tú a los tuyos! —responde una voz femenina, una que hace palpitar mi corazón y de repente lo enfría en un instante.
—¡Hay un portal! —grita Wisty, señalando la espiral de niebla que hay frente a ella.
—¡Era la voz de Celia! —jadeo, deteniéndome en seco.
—¡Ni te atrevas! —suelta mi hermana.
Y entonces, aunque peso como treinta kilos de músculo más que ella y tengo muchísima más experiencia deportiva, mi hermana pequeña me pega una patada voladora que me dobla las rodillas y me envía directo a través del portal.
Bueno… no es exactamente tan sencillo. Nunca lo es.