CAPÍTULO 73
WHIT
Wisty y yo nos acercamos lo bastante como para oír lo que esos ciudadanos están coreando.
—¡Los libros son el caos! ¡Queremos orden! ¡Los libros son el caos!
Nos adentramos con dificultad entre la gente, pero conseguimos abrirnos camino hasta un punto en el que poder ver qué está pasando.
—¡Los libros son el caos! ¡Queremos orden! ¡Los libros son el caos!
¿Quiénes son estas personas que parecen tan convencidas de que los libros conducen al caos, al miedo y a la maldad?
Lo que más miedo da es que parecen normales. Supongo que son normales, al menos, en el interior de sus mentes. Es probable que al despertar tomen una taza de café y den el desayuno a sus hijos pequeños y abracen a la gente de su familia. Veo que el hombre de una pareja lleva a un niño sobre los hombros, y hay otros con un bebé.
Pero hay algo diferente en ellos, algo aterrador. Les falta algo en los ojos. Están vivos, son seres vivientes, pero no hay en ellos la chispa de la verdadera vida. Ni rastro de pasión.
El imponente edificio de piedra que hay al otro lado del parque tiene unas escaleras que conducen a una fachada con columnas. La entrada está flanqueada por dos leones de piedra. El letrero que había encima ha sido tachado, pero está claro que el edificio había sido antes la biblioteca de la ciudad.
A juzgar por la pila de libros que tenemos enfrente, seguramente ahora está tan vacía que podría albergar un partido de fútbol o un megaconcierto de rock. La pila es tan alta como una portería.
Y ahora mismo un montón de empleados del Nuevo Orden con pinta agresiva la está rociando con queroseno. Un hombre con barriga cervecera habla por un altavoz desde lo alto de las escaleras mientras sostiene una antorcha sobre su cabeza.
No sé qué pasa con el Nuevo Orden y su manía de contratar a los adultos con pinta más asquerosa que puedan encontrar, pero la verdad es que lo han conseguido.
Imagínate al director de instituto más malvado al que hayas conocido nunca, mézclalo con una mantis religiosa, añádele una tendencia a ladrar como un pastor alemán, y a lo mejor te acercas a la pinta que tiene este tipo.
—¡En nombre del Único que es Único! —chilla.
La multitud enloquece con esa tontería.
—¡Para compensar la pérdida de todos aquellos que se han echado a perder por culpa de dejarse llevar por su imaginación! ¡La pérdida de todos esos soñadores lunáticos! ¡No al conocimiento por el conocimiento!
Mis oídos «ancianos» están a punto de estallar por culpa de los gritos de la masa de gente, así que tengo que tapármelos.
—¡Como castigo para todos aquellos que han olvidado pagar su deuda al orden y a la sociedad permitiendo el desperdicio de tiempo, la ineficiencia y la falta de productividad que estos siniestros volúmenes engendran!
Wisty tampoco lo soporta. Se gira y me transmite una mirada de asco.
—Y una advertencia a todos aquellos que habéis venido aquí en tanto que impostores… —juro que al decir esto nos mira directamente a nosotros—. Los que estáis fingiendo, aquellos de vosotros que no creéis sinceramente en todo lo que el Nuevo Orden ha hecho para transformarnos y procurarnos una estabilidad futura, ¡también arderéis! ¡Os encontraremos y os quemaremos!
El ruido de la multitud se ha vuelto ensordecedor.
—¡Os quemaremos! ¡Os quemaremos!
Wisty trata de mezclarse con la multitud y se pone a cantar:
—¡Al fuego! ¡Al fuego! ¡Que ardan todos esos malditos libros!
Tengo la sensación de que uno de mis oídos estalla de verdad.
Rezo en silencio para que mi hermana no eche a arder ella misma por accidente.
—Empecemos esta ceremonia de purificación de nuestra ciudad, nuestra comunidad, nuestras vidas; para liberarlas de todos estos gérmenes y aberraciones. ¡Contemos atrás a partir de cinco y seremos libres! ¡Cinco!
La multitud se une a él.
—¡Cuatro! ¡Tres! ¡Dos!
El suelo tiembla bajo el pataleo de tantos pies.
—¡Uno!
La antorcha atraviesa el aire en dirección a la pila de libros impregnados en queroseno. Miles de libros. Reconozco algunos por sus cubiertas.
Me yergo y dirijo toda mi energía y concentración hacia la antorcha. Me cuesta más esfuerzo de lo que había pensado. Pero entonces la antorcha se detiene en medio del aire y retrocede directamente hasta el funcionario de tripa cervecera. Para mi gran satisfacción, su pelo prende en llamas.
La multitud se queda en silencio, pero aún no hemos acabado. Veo a Wisty mirar hacia la pila de libros. Cierra los ojos y murmura algo… solo puedo captar un par de palabras sueltas: alegría y volar.
Entonces las páginas de los libros empiezan a agitarse… casi como si estuvieran respirando. Como si estuvieran vivas.
Las tapas comienzan a aletear.
¡Se echan a volar! ¡Los libros están volando!
Irrumpen en el cielo con un estruendo glorioso, como si mil pájaros se lanzaran a piar con renovadas energías. Se colocan formando una enorme «V», como hacen los gansos o los cisnes, solo que en esta bandada hay cientos de miles de libros. Y esos prisioneros recién liberados, salvados por los pelos de la ejecución, emprenden camino hacia el oeste. Exactamente igual que nosotros.
—En Freeland son una especie protegida —dice Wisty.