CAPÍTULO 72
WISTY
Whit y yo llevamos bastantes kilómetros bajo la llovizna, y parece que todos y cada uno de los árboles que jalonan la carretera tienen grapado un póster con nuestra cara. Son fotos recientes: mi hermano y yo con nuestros blanquísimos uniformes del Centro Mundo Feliz.
—Hay que ver lo que tiene que hacer una para llegar a ser popular por fin —digo, resignada—. No es justo. Pero al menos esa foto es mejor que la que pusieron en el álbum de fin de curso.
—¿Rapada y todo? No estoy muy seguro, Wisty…
—Creo que me da un aspecto salvaje y valiente. ¡Es el glamour de la Resistencia!
Whit resopla. No espero que lo comprenda, dada su debilidad por las chicas curvilíneas con largas melenas rizadas. Con mi piel cadavérica, dos tonos por debajo de su color normal, mi corte de pelo y este uniforme tan grande y sucio, soy todo lo contrario de su tipo.
Pero a Emmet podría gustarle. Seguro que le gustaría. Le echo mucho de menos en este momento, como al resto de la gente de Freeland.
—¿Ya hemos llegado? —pregunto mientras seguimos caminando por una zona del bosque que va en paralelo a la carretera. Estamos cerca de una pequeña ciudad. Oigo una especie de ruido de gente a lo lejos.
—Aún faltan un par de kilómetros. La frontera de Freeland está retrocediendo constantemente —explica Whit—. Me pregunto si lo que estamos oyendo es una incursión del Nuevo Orden o de la Resistencia. Es difícil de asegurar en esta zona.
—¿Lo comprobamos?
—Sí —responde—, pero con cuidado.
Dejamos atrás la carretera y tomamos una calle lateral que conduce a la ciudad. Tras un par de manzanas, ya vemos a la multitud que se agolpa en un parque frente a un gran edificio de piedra. Aún no somos capaces de oír lo que corean.
—Todos son adultos. Está claro que no es la Resistencia —observa Whit—. No podemos acercarnos más sin que nos descubran. Y somos los del póster de la semana en esta zona.
—Entonces —sugiero—, a lo mejor ya no deberíamos ser jóvenes.
Whit emite un silbido cuando se da cuenta de lo que propongo.
—¿Crees que puedes hacerlo?
—A lo mejor juntos sí podemos —le digo, tomándole de la mano—. No quiero envejecer sola.
Recuerdo una frase de un poema que nuestro padre solía leernos, y hago que Whit lo recite conmigo:
¡Cuando era joven! ¡Ay, qué tiempos!
¡Si se pudiera cambiar de cuerpo!
Y entonces… tiene lugar la experiencia de transformación más extraña que he vivido hasta el momento. Normalmente se trata de algo gradual y suave, como si el cuerpo fuera una especie de masilla moldeada por unos poderosos dedos. Pero esta vez es lento… y doloroso. Chirriante. Es como si la columna vertebral se me partiera por la mitad y el resto de mi cuerpo se retorciera de dolor, de la cabeza a los pies.
Whit gruñe, igual de poco satisfecho con su nuevo cuerpo.
—No me digas que esto es todo lo que voy a conseguir después de tantos años de hacer deporte —protesta—. La espalda me está matando. Y me duelen las dos rodillas. ¡Ay, ay, ay!
Intento respirar hondo, pero no es lo mismo.
—Mis pulmones están raros… como si fueran más pequeños. Como si hubieran encogido o algo así.
De repente, todos los consejos de mamá acerca de no estar lo suficientemente erguida cobran sentido.
La extraña sensación de que algo me está haciendo cosquillas en el cuello me sobresalta, y aplasto lo que creo que es una araña, pero en realidad es… ¡pelo! Sostengo un pequeño mechón en mi nueva mano llena de venas para examinarlo. ¡Es más blanco que las cenizas!
—Adiós al look sexy de la Resistencia…
—Bueno, supongo que ya no tienes que preocuparte por hacer crecer tu pelo de nuevo.
—¡Pues yo creo que tú sí! —replico al ver su cabeza oblonga casi calva.
—Ahora solo tendré que afeitarme la cabeza a tu estilo.
Mi hermano se peina con la mano huesuda y llena de manchas marrones sus escasos cabellos y su cráneo reluciente.
—Yo te aconsejo que en vez de eso te hagas la cera —bromeo.
Whit responde con un chasquido que se convierte en un gesto de alarma.
—Wisty, como no seas capaz de convertirnos de nuevo te voy a matar.
—No te preocupes. Siempre hemos vuelto a ser los de antes, ¿no? Puede que no siempre en el mejor momento, claro, pero los hechizos no duran eternamente.
«Al menos eso espero».