CAPÍTULO 71
—Lo volveré a preguntar por si alguien presta atención esta vez: ¿es que tengo que hacerlo todo yo solo? —pregunta el Único que es Único.
El Único que Cuenta el Dinero de los Impuestos, el padre de Byron Swain, está de pie tras él, agitando su cabeza con desaprobación.
Los encargados de tecnología pedagógica, instalaciones y disciplina del gobierno del Único se encuentran de pie alrededor de los circuitos aplastados de la consola que antes contenía el programa informático ASEE, el sistema a cargo del Centro Mundo Feliz. Los tres están temblando visiblemente bajo la mirada iracunda del Único.
—Su eminencia, parece ser que escaparon a través de la infraestructura de los servicios higiénicos porque Byron Swain…
—Por última vez, y te aseguro que será la última, ¡te recuerdo que los ciudadanos no deben ser llamados por sus nombres del Antiguo Orden! Estos no hacen más que conducir a insidiosas tendencias individualistas. ¡Se llama el Único Infiltrado en la Resistencia! Y su castigo no se va a quedar corto de tortura, os lo aseguro.
El Único sonríe al padre de Byron Swain, esperando algún tipo de reacción. Pero este mantiene el rostro inmutable.
—El hecho de que no hubiera filtros instalados en los retretes, el hecho de que los escudos represores no fueran convenientemente empleados, y el hecho de que este programa vuestro retrasado mental decidiera permitir que fueran al servicio nuestros dos prisioneros más peligrosos ¡son solo la punta del iceberg de nuestros verdaderos fallos!
—Ya estamos en proceso de corregir esos errores.
—No es necesario. Aquellos que sean suficientemente competentes como para poder exhibir la insignia del Nuevo Orden se ocuparán de esto. Quienes no lo seáis, veréis cómo se os arranca vuestra insignia. O, mejor dicho, vuestra insignia verá cómo os arrancan a vosotros de ella.
Con estas palabras, levanta las manos y vaporiza a los tres administradores del Centro Mundo Feliz, sin dejar de ellos nada más que la insignia de sus uniformes.
—Que alguien las recoja —dice, pulsando el intercomunicador de su despacho—. Y enviadme al informante.
Escoltan a Byron Swain hasta el interior de la sala. Aunque su peinado haya perdido el lustre de la gomina impecable, como si estuviera a punto de sacarse una foto, y sus ojos estén hinchados y enrojecidos, mantiene la cabeza alta.
—Su eminencia —dice Byron, mirando al Único directamente a los ojos.
El Único levanta su bastón con gesto amenazador.
—¿Quién se atreve a dirigirse a mí antes de que sea yo quien hable?
—Yo, señor —continúa Byron, sin apartar la mirada—. Sé que he fallado. He traicionado a este Gran Orden. Aceptaré el castigo que merezca. Estoy listo.
El Único se queda en silencio y observa a Byron.
—¡Muy valiente! No me esperaba algo así de un hijo de… —señala con un gesto a su ministro de Impuestos—, de ese.
—Yo tampoco, señor —responde inmediatamente Byron, causando la risa del Único. Como su padre ya no podrá pegarle sin piedad una vez que esté muerto, Byron se atreve a decir la verdad por una vez en su vida.
El Único parece encantado.
—Me gusta tu estilo, chaval, de verdad, de verdad. Solo estoy un poco triste porque mis proyectos acerca de ti hayan sido… retrasados.
—¿Retrasados, señor? —al esperar nada menos que la muerte, Byron no puede procesar el significado de aquello.
—Soy muy consciente de tus… inclinaciones hacia nuestra brujita pelirroja y fugitiva. Ya que ella no hace más que rechazarte, no quieres otra cosa que la muerte. ¡Morir siendo el héroe que le ha salvado la vida! ¡Tan trágico! El material perfecto para un drama teatral. Menos mal que ya hemos acabado con todas esas tonterías.
Byron empieza a ponerse nervioso.
—No deseo otra cosa que ser ejecutado por la vergüenza que me causa la traición que he cometido, señor.
—¡Estás mintiendo! —ruge el Único, y su rabia hace temblar el edificio entero—. Tu castigo te causará la muerte, una especialmente dolorosa, debo añadir, o bien te convertirá en el tipo de hombre que necesitamos para las posiciones de alto liderazgo en este Nuevo Orden.
—¿Señor? —repite Byron, sintiendo la garganta seca, mientras su valentía, la que le ha costado días reunir, empieza a agotarse.
—Estás oficialmente al mando del Equipo de Asesinos que rectificará esta situación de una vez por todas.
Byron traga saliva.
—¿El Equipo de Asesinos, su eminencia?
—En nuestros esfuerzos para apresar y controlar a la Única que Tiene el Don, hemos empleado mucho tiempo y muchos valiosos recursos.
—Exactamente siete coma tres millones —puntualiza el Único que Cuenta el Dinero de los Impuestos.
—¡Qué desperdicio! —grita el Único—. Está claro que mi empeño en perseguirla ha sido un saco sin fondo. Así que he decidido que ya que no podemos arrancarle el don, al menos podemos eliminar a quien lo porta. En pocas palabras: que vamos a matarla. O mejor dicho: tú la matarás.
—¿Señor? —vuelve a decir Byron.
—Has empezado tan bien, chaval. Me has impresionado, aunque solo haya sido un momento. Como tantas otras personas, has caído en las garras de lo que vulgarmente se conoce como atracción física adolescente. ¡Desperdicio, desperdicio, desperdicio! Espero que recobres pronto la cordura, porque vas a tener que matarla. Tu equipo la matará. Y si no, me la traerás viva para que sea yo quien la mate, lenta y dolorosamente, ante tus patéticos ojitos de cachorro.