CAPÍTULO 69

WHIT

¿Has tenido alguna vez una de esas pesadillas en las que sueñas que te estás cayendo, y nada ni nadie puede ayudarte, y de repente te despiertas con un susto? Pues esta oleada se parece un poco a eso, menos en una cosa.

«No se parece porque no se va a terminar».

No hay ningún control. Nadie que pueda salvarnos. Ni siquiera puedo ver a Wisty en medio de este poderoso torrente que nos arrastra hacia abajo, en medio de un remolino. Todo lo que sé es que estoy atrapado dentro de un ruido terrible, sin nada a lo que agarrarme excepto a mi miedo (que no sirve para nada).

Más rápido, más ruidoso, más rápido, más ruidoso, y de repente: plaf.

Y de repente: uhhh.

Mi cerebrito de pez parece estarse despegando de mi pequeño cráneo de pez. Hemos desacelerado de cien a cero en dos décimas de segundo.

Y entonces todo queda en calma.

Calma y… «¿luz del sol?».

«¿Estoy en el exterior?».

«¿Sigo de una pieza?». Creo que sí.

No sé por qué me sorprende que las alcantarillas del Nuevo Orden desemboquen directamente en los ríos sin ningún tipo de filtros o instalaciones que puedan convertir a un par de pececillos en abono para las cosechas.

Por primera vez (y espero que sea la última) me alegro de su absoluta carencia de moral y civismo.

Estamos en un remanso del río, y a pesar de las aguas residuales que el Nuevo Orden ha estado arrojando en él, sigue siendo muy hermoso.

Nenúfares con sus brillantes flores blancas flotan tan tranquilas a nuestro alrededor. En las rocas de la orilla, unos caracoles se pasean, completamente ajenos al mundo, y una tortuga con rayas brillantes se desembaraza de un tronco y se desliza como un platillo volante con patas.

De pronto me doy cuenta de que estoy viendo todo esto con unos ojos que están sobre la superficie del agua. Estoy flotando.

¿Soy un pez muerto o un ser humano vivo?

Consigo ponerme de pie y compruebo que estoy vivo y que vuelvo a ser humano. Estoy de pie en un estanque de casi un metro de profundidad. El hechizo debe de haberse terminado. Susurro unas palabras de agradecimiento a mis padres, que están en alguna parte, velando por nosotros de algún modo. Luego doy las gracias porque el hechizo no se haya llevado mi uniforme del centro, que está chorreando.

Doy vueltas a mi alrededor, buscando a Wisty. «Menos mal… ¡ahí está!». Se está arrastrando para salir del río, apoyándose en un dique de madera. Está confusa, pero sus ojos se iluminan cuando me ve.

—¡Whit! —me grita—. Eso… ¿no ha sido el mejor viaje del mundo?