CAPÍTULO 68

WHIT

¡Plop!

¡Plop!

¡Genial! Acabamos de ser arrojados, de cabeza, en el retrete. Y se trata de uno particularmente asqueroso.

Y antes de que Wisty y yo tengamos tiempo ni de reflexionar un instante sobre lo absurdo que resulta estar dentro de nuestra «piscina», a través de la superficie refractante del agua veo que Byron acerca la mano a la cadena del retrete.

«¡No puede ser! ¡Ese traidor está a punto de…!».

Y lo hace. Pensándolo bien, teniendo en cuenta el desastroso encadenamiento de sucesos que han tenido lugar últimamente, que alguien nos tire por el retrete puede ser el acto definitivo de justicia poética. No tengo ni idea de si el muy capullo nos está salvando la vida o tan solo se está dando el gustazo de echar por el retrete a su antiguo enemigo y a la chica que no deja de rechazarle.

Pero cuando llega la avalancha de agua, nada de eso importa. Después del susto causado por la primera tromba, que casi me deja sin sentido al golpearme contra los lados del retrete, hacemos un viaje oscuro y escalofriante que nos saca del edificio escolar. La fuerza del agua es tal que ni siquiera puedo girar la cabeza para ver si Wisty sigue detrás de mí. Es horrible no saber si lo ha conseguido o no.

Fui campeón de natación en el instituto, así que la sensación de ser un pez no es tan extraña para mí como podría haber pensado. Pero esto se parece más a intentar nadar en pleno océano durante un huracán, así que, en realidad, nunca he recibido entrenamiento para algo así. Y me preocupa cómo lo pueda estar pasando Wisty… hasta que recuerdo que ha pasado cierto tiempo como roedor en las alcantarillas.

«Wisty, aguanta —pienso—, simplemente acuérdate de respirar».

Las tuberías se van volviendo más y más amplias, lo que no resulta demasiado tranquilizador porque no dejan de oírse ruidos de cataratas cada vez más cerca, y las cosas demasiado asquerosas para describirlas que bajan de las cañerías son cada vez más numerosas. El simple hecho de pensar en ello hace que casi me ahogue.

«Tan solo acuérdate de respirar», me digo a mí mismo. Lo cual es un consejo bastante bueno, porque cuando lo hago me doy cuenta de que mi sentido del olfato no tiene nada que ver con el de un ser humano.

Así que respiro más y más profundamente, y por fin puedo ver a Wisty. Al menos creo que se trata de ella, y no de otro pececillo que se ha escapado de su cárcel a través de los desagües.

Hacemos contacto visual, y pienso «Sígueme», esperando que el mensaje pueda llegarle de alguna manera. Me alegro de que hayamos pasado tanto tiempo en la vida comprendiéndonos sin necesidad de palabras.

Cada vez vamos más deprisa, como en los rápidos de un río, hasta que, de repente, nos encontramos en aguas inmóviles. Estamos bajo una boca de desagüe urbana, desde la cual podemos abrirnos camino dentro del laberinto de alcantarillas que hay bajo la ciudad.

Entonces Wisty y yo vemos algo que no hemos visto en mucho tiempo: ¡luz! Verdadera y auténtica luz del sol. Me quedo mirándola, hipnotizado, mientras se va haciendo más y más grande. Empezamos a ver colores azules y verdes y amarillos…

«Pero… ¿por qué la luz crece con tanta rapidez si ni siquiera estamos nadando rápidamente? ¿Y de dónde viene ese rugido ensordecedor?».

«¡Nada hacia atrás!», trato de gritar. Pero no puedo, soy un pez.

Y además, ya es demasiado tarde.