CAPÍTULO 63
WISTY
Cuando Whit aterriza encima de mí, golpeamos el suelo con nuestros cuerpos y la habitación se queda a oscuras. Todo ha desaparecido. La criatura, mamá, papá, la extraña luz azulada… todo.
Y entonces todo queda explicado.
—Bien, bien, bien —oímos tras nosotros. Y no es la voz de Byron—. Una vez más, lo has estropeado todo, Whitford Allgood.
Whit y yo seguimos recuperándonos del impacto y viendo las estrellas, pero esa figura a contraluz, con un bastón, combinada con una voz escalofriantemente familiar, significa malas noticias, las peores posibles.
Por supuesto, es el Único, ahí de pie en su oscuro traje de chaqueta, justo enfrente de Whit y de mí. A Byron no se le ve por ninguna parte.
—¿Os preguntabais qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué le robo tiempo a mi terriblemente ocupada agenda? —sigue hablando—. Me temo que he recibido una llamada del director. Parece que no os habéis comportado como los estudiantes modelo que esperábamos que fueseis. Justo cuando tú, Wisty, estabas a punto de conseguir algo, tu hermano, tan competitivo y perfeccionista como siempre, lo estropeó. Y de una manera bastante literal. He estado así de cerca de poner a salvo el don de Wisteria.
Whit sigue sujetándome, pero consigo zafarme, parpadeando y confusa, con la horrible visión de nuestros padres aún en los ojos.
—¿Conseguir algo? —digo con voz ahogada—. ¿Me estás diciendo que todo este pasaje del terror no era más que otra prueba?
—No te estoy diciendo nada, Wisty. En este momento he perdido ya toda la paciencia que tenía hacia vosotros.
—¿Qu…? —así que quizá mis padres no se hayan convertido en unos famélicos refugiados de guerra custodiados por un perdido. ¡Eso es bueno! Mi corazón empieza a calmarse—. ¿Qué más quieres de mí? —pregunto—. Pasé la prueba del Extrasium y me puse tan enferma que vomité hasta las uñas de los pies. Eso es todo lo que puedo hacer. No soy una alumna de sobresaliente.
—Qué equivocada estás, mi pequeña Wisy. Debería haber supuesto que ibas a ignorar todo lo que te dije acerca del verdadero potencial de tu poder. Teníamos puestas elevadas esperanzas en ti, pero has demostrado no ser más que la típica adolescente que se niega a aceptar los consejos de sus mayores. Es terriblemente triste —suspira—. Supongo que mereces un castigo por desperdiciar tanto tiempo y recursos de la sociedad. Pero ¿por dónde empiezo? Tantas maneras de castigar, tan poco tiempo…
Hace un ruido burlón con la boca.
—Quizá podamos empezar por vaporizar a tu amigo.
Mi estómago da un vuelco. Pienso inmediatamente en Janine. O quizá se refiera a Emmet…
—¡Señor Swain! —anuncia el Único.
—¿Qué? —deja escapar Whit.
—Ahora voy a desintegrar a vuestro buen amigo Byron.
Dentro de mí hay tantas emociones mezcladas, el horror, la ansiedad y el alivio de los últimos minutos, que no puedo evitar soltar una risita. No es más que un desahogo nervioso, pero sigue siendo una risita. Fuera de lugar, sí. Y quizá un poco enloquecida.
Su Frialdad agita los brazos con sorpresa, y me mira con un odio nada disimulado.
—¿Qué es tan gracioso? —grita—. No capto tu sentido del humor.
Ahora Whit también se está riendo.
—Adelante —dice—. De todas maneras, las comadrejas son inmunes a la vaporización.
Como si quisiera demostrar que él es el primero en sucumbir a la psicosis del aislamiento, Whit empieza a hacer la pantomima de una comadreja saltarina, tratando de evitar los rayos vaporizadores. Así que me sigo riendo. Es que resulta verdaderamente ridículo.
El Único que es Único se nos queda mirando, atónito.
—Está bien —anuncia con tranquilidad, y se vuelve hacia mí—. En ese caso, serás tú.
Dejo de reírme. Whit también.
—Reconozco que hasta el momento estoy bastante complacido con el resultado de mis experimentos sobre vuestros padres. Me estoy haciendo cada vez más fuerte… y ellos, bueno… ya veréis qué resultados tan fantásticos —hace un gesto que engloba la escena de nuestra última odisea—. Esto no era más que una proyección holográfica, mi último e impresionante logro.
Una sonrisa de autocomplacencia se adueña de su cara, y yo le devuelvo otra.
—En este momento, puede que ya no os necesite a vosotros, chicos Allgood. Así que te voy a poner un límite de tiempo, Wisteria: doce horas. Exactamente doce horas para manifestar tu don de una manera en que yo pueda… compartirlo contigo. Si no lo haces, será a ti y a tu hermano a quienes ejecute.
Entonces, con un gesto y unas palabras, congela todo el sótano con una recia nevada que viene del techo. La temperatura cae en picado más de diez grados.
—Esto debería ayudaros con la concentración —dice—. Creo que el frío hace maravillas con la mayor parte de los estudiantes.
Luego, con un remolino, desaparece de allí.