CAPÍTULO 61
WHIT
Aparto a Byron para aferrar el pomo de la puerta y hago presión hacia abajo. Se oye otro satisfactorio chasquido, y abro lentamente la chirriante puerta.
Al contrario que el resto de instalaciones en este agujero de mala muerte, el pasillo que tenemos enfrente ni siquiera tiene una luz de emergencia. Es negro como la boca del lobo.
—¿Ves algo? —me pregunta Wisty, que está detrás.
—Esperad a que vuestros ojos se acostumbren —sugiere Byron. Ha dado un par de pasos hacia atrás. Es evidente que al principio no estaba demasiado emocionado por el plan que él mismo sugirió, pero ahora actúa con complicidad—. Supongo que ahora veréis —dice.
Un momento después, siento que mi corazón da un vuelco. He visto algo moverse en la oscuridad, allá al fondo.
—¿Papá? ¿Mamá? —pregunto, por si acaso.
Wisty interpreta que efectivamente los he visto, y se pone en marcha.
—¡Mamá!, ¡papá! —grita.
Siento que corre hacia mí en la oscuridad.
—¡Quédate ahí! —le grito, y alargo la mano con tanta suerte que la sujeto por la manga. Justo a tiempo.
Porque entonces oigo el gruñido más terrorífico de mi vida. Y a todo volumen.
—No pasa nada —susurra Wisty, casi sin aliento—. Se me dan bien los perros.
—No hay ningún perro —nos llega la voz de Byron—. Hazme caso en eso.
Pero lo siguiente que oigo pone a mi corazón a cien. O, mejor dicho, lo eleva por los aires.
—¿Whit? ¿Wisty? ¿Sois vosotros?
¿Es nuestra madre?
—¡Sí, mamá! —grita Wisty en la oscuridad—. ¡Estamos aquí! ¿Va todo bien?
Wisty está tratando de liberarse de mí, pero no pienso dejarla ir aún. Algo no está bien. Algo está pero que muy, muy mal.
Entonces mi madre dice:
—¡No os acerquéis! ¡Marchaos!
Ahora sí que sé que algo malo va a pasar.
«Nuestros padres no nos quieren a su lado».