CAPÍTULO 59

WISTY

Estoy agarrando un brazo, o mejor dicho, un brazo desmembrado. «Ya no pertenece al Chico Batería». Entonces, de repente, empieza a agitarse y a moverse como si cobrara vida; primero me acaricia la cara, y después, como el alma traicionera a la que pertenecía, se me agarra con maldad a un ojo…

Me despierto entre gritos, con la cabeza palpitando. Por si esto fuera poco, la cabeza de Byron está muy cerca de mi cara. Huelo su pegajosa colonia.

—¿Estás bien, Wisty? Estás pálida como una sábana y sudando como un caballo.

Está claro que le han dado a Byron algún tipo de guión diabólicamente diseñado para mantenerme en un precipicio emocional, a medio camino entre el suicidio y el asesinato.

Además, vivir sin ver la luz del sol, sin saber si es de día o es de noche, crea las condiciones ideales para la psicosis. Ya hemos hecho apuestas sobre quién morirá primero. Y (esto no es broma) Byron ha estado contando judías como el zombie burócrata de su padre. Whit ha estado escribiendo en su diario y buscando maneras de entrar en Shadowland (para ver a Celia, por supuesto), y yo me he estado provocando dolor a mí misma para soportar mejor las siguientes sesiones de la brigada de tortura.

—Dile que se vaya, Whit —mascullo, con dolor de cabeza.

—De verdad, Wisty —insiste Byron—, solo quiero ayudar.

—No necesito ayuda. Soy perfectamente capaz de pasarlo mal yo solita, gracias. Piérdete y haz algo útil por primera vez en tu vida —murmuro.

—¿Algo útil? —dice—. No pensaba que creías tanto en mí.

—En serio, en este momento me encantaría haber estado equivocada.

—De acuerdo. Entonces, ¿qué tal si… abro la puerta?

Whit y yo lo miramos para tratar de saber si está de broma o no. Entonces recuerdo que Byron tiene un sentido del humor bajo cero.

En nuestra exploración de este oscuro lugar, solo nos hemos encontrado con tres puertas, y, por supuesto, las tres están cerradas a cal y canto. Lo comprobamos cada vez, no fuera a ser que dentro de los cuerpos de esos gruñones monitores hubiera algo parecido a personas normales (no).

—Abrí el candado en otra de las puertas, no en la que utilizamos para entrar —explica Byron—. Luego volví a dejarlo como estaba para no meternos en líos.

—Una puerta es una puerta —digo, asombrada—. ¿Y cómo lo hiciste?

—No fue tan difícil. Antes era un líder de sector con Estrella de Honor, y en el entrenamiento nos enseñaban todo tipo de cosas que podrían resultar útiles en una cárcel. Así que encontré un trozo de alambre, lo doblé, lo metí en la cerradura, y estuve tanteando hasta que, ya sabéis, se abrió. Ni siquiera tardé mucho tiempo.

—¿Y cuándo hiciste todo eso?

—Cuando estabais roncando tan fuerte que no me dejabais dormir.

—A ver si me he enterado bien —dice Whit—. ¿Eres capaz de quitarle el candado a una puerta que podría sacarnos de aquí y no nos habías dicho nada?

—Bueno, hay algo detrás de esa puerta —explica Byron.

—¿Ah, sí? ¿Algo como qué? ¿Un monstruo?

Whit pone una mueca.

—Bueno, en realidad se trata de… mmm…

La voz de Byron se apaga.

—¿Qué? —le grito.

—Vuestros padres.