CAPÍTULO 57

WISTY

Lo primero es la cera. Helga unta la pringosa sustancia, en caliente, en tiras de tela, y empieza a arrancar mis nuevos y preciosos cabellos, que apenas miden unos milímetros. Sé que la cera solo toca mi piel, pero es como si me estuvieran depilando directamente el cráneo.

«Nota para mí misma: nunca hacer sugerencias de torturas a los secuestradores. Ellos ya tienen bastantes ideas propias».

Por ejemplo: ver cómo reacciono ante ruidos de alerta, como golpeteos o sirenas al azar. O a las luces estroboscópicas, ajustadas a un ritmo tan lento que en cuanto mis ojos se acostumbran a la oscuridad, ¡flash! Me ciega una explosión de pura luz blanca. Es la mejor manera de tener un dolor de cabeza de primera.

—Si esto fuera un interrogatorio —les cuento—, hace mucho tiempo que os habría dado las respuestas. Pero ¡no sé lo que queréis saber! Una vez más, ¿qué queréis de mí?

—Danos tu don —me pide Gigi—. Eso debería ser suficiente.

—¡Ni hablar! No haría eso ni aunque supiera cómo hacerlo.

Mientras Gigi lleva a cabo sus experimentos, Hans y Helga me sujetan para que no pueda moverme. Sus tres compatriotas vestidos de blanco están sentados en una fila de sillas frente a mí con sus cuadernos de anotaciones, mirándome como si fuera el último episodio de la temporada de su serie favorita. Solo les faltan las palomitas.

Lo siguiente es que me echan vapor ardiente sobre la cara, como si fuera una limpieza de cutis del infierno, como si quisieran ahogarme en aliento de dragón. Casi prefiero eso de que intenten ahogarme.

Después llevan a cabo una técnica de pellizcos a seis manos (las de Helga, las de Hans y las de Gigi); si parece un juego de niños, he de decir que es como ser devorada por hormigas carnívoras con mucho apetito.

—¡Danos tu don!

—QuuuueeMMMMMhhhhhhh.

Me he olvidado de mencionar que lo prueban todo dos veces: la primera con cinta aislante en mi boca, mis ojos y mis manos, y la segunda sin ella. Esta vez, es con la cinta aislante.

Luego está lo de darme a comer a la fuerza cosas increíblemente asquerosas. No puedo escribir sobre ello sin sentir arcadas. Solo diré que preferiría comer cabezas de murciélago crudas a mordiscos.

Puede que te estés preguntando: ¿cuál es la peor parte de todo?

Si tienes algo contra el desmembramiento, no sigas leyendo.

Vale, supongo que eso incluye a todo el mundo.

Aunque mis extremidades siguen intactas, las de alguien ya no lo están.

Me traen las manos del Chico Batería. En una bandeja.

Lo reconozco por el anillo con la insignia. Me obligan a sostener las manos, y juro por Dios que son de verdad.

Antes creía que el Nuevo Orden había prohibido todo tipo de artes, pero ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba: las bellas artes de la tortura humana se mantienen mejor que nunca.