CAPÍTULO 54

WHIT

La pobre Wisty casi no podía sentarse y, durante los dos días siguientes, permaneció en su catre, subsistiendo a base de agua y galletas saladas que yo robaba de la cafetería.

Lo más extraño y horripilante de todo era que, incluso cuando se sentía más enferma, todavía estaba pidiendo que le dieran más chocolate.

Mi hermana se había convertido oficialmente en una adicta.

—La verdad es que, antes de que nos trajeran aquí, había imaginado que esto era una especie de centro de rehabilitación para famosetes donde no haría otra cosa en todo el día que recuperarme —me confiesa Wisty llegado el momento—. Y ahora que eso se ha hecho realidad… Bueno, la verdad es que es un rollo.

No resulta fácil para un campeón de atletismo y una liante de primera a la que le encanta la luz de los focos, pero, de ahora en adelante, decidimos convertirnos en los estudiantes más anodinos y normaluchos del centro.

Haremos todo lo que se nos pida, pero nada más que eso. Nada que nos haga sobresalir sobre los demás. Cualquier cosa que nos mantenga lejos de una atención especial.

Es casi imposible permanecer fuera del radar con Crossley y Byron en las cercanías, dado que lo que más nos gustaría es interrogarlos a conciencia. Pero nos hemos hecho a la idea de que nuestra mejor estrategia es asentir cortésmente y hacer nuestro trabajo con la mayor mediocridad posible.

Nuestras tareas se centran en la «brillante eficiencia» derivada de la visión universal del Nuevo Orden. Redacciones en las cuales probamos que el Único que es Único es el visionario más preclaro de toda la historia humana. Problemas matemáticos en los que demostramos que la gente nunca había sido más productiva que bajo el Nuevo Orden. Lecturas de ciencias en las que aprendemos que la magia, el arte, la música y el resto de las antiguas actividades extraescolares de la Historia son dañinas para la humanidad.

Sin embargo, cierto día nuestro plan de pasar inadvertidos se va al garete cuando Crossley comete algo estúpido de verdad. Todavía está furioso con Wisty porque no compartió con él algo de su M.

Estamos sentados en la cafetería, tomando las habituales gachas tan nutritivas como antideliciosas, cuando arroja un trozo de chocolate sobre la mesa directamente delante de ella. Me imagino que lo ha robado, ya que él no logra entrar en el Centro de Recompensas a menudo.

—¿Quieres cho-co-la-te, Wisty? —dice despacio, relamiéndose.

Mi hermana mira el dulce y empieza a temblar literalmente por la tentación. Deja caer la cuchara y agarra los bordes de la mesa con las dos manos.

—Sí —sigue Crossley, pese a la mirada de «voy a picarte como carne de hamburguesa» que le dedico—. He ganado una competición. Supongo que no necesitaba tu ayuda, después de todo. Pero quizá pueda necesitar que te encargues de mis recompensas —dice, empujando el chocolate en su dirección—. O no —se lo coloca en la boca.

Wisty tiembla. De hecho, tiembla tanto que la mesa entera empieza a moverse. Y luego, oh no, otra vez no…

Mi hermana se prende en llamas.