CAPÍTULO 51
WISTY
De acuerdo, estamos definitivamente dentro. Quizá Whit tenga razón, quizá esta sea la única manera de derrotar al Único. Quizá nos estemos acercando a algo importante. Sin embargo, mientras tanto tenemos el aspecto de dos langostas recién cocidas.
—¡Ay, ay, ay, ay, ay! —salto arriba y abajo mientras Whit y yo nos reunimos en el salón (sorpresa: completamente blanco), a la espera de las siguientes instrucciones.
—¿Escuece, eh? —asiente Whit—. Aunque debo admitir que realmente necesitabas un baño. Estabas empezando a apestar un poco.
—Habla por ti mismo. Te aseguro que no tenían que arrancarme dos capas de piel para solucionar ese problema.
Le pego un puñetazo en el brazo. Al parecer, ni las experiencias al borde de la muerte pueden acabar con el tío odioso que habita en el fondo de mi hermano.
Byron, por otra parte… Recuerdo un juego de mesa sobre la investigación de un asesinato al que jugábamos de niños, y fantaseo: «Wisteria Allgood, en la ducha, con el volante de la válvula industrial».
Mis planes son interrumpidos por una serie de notas en plan marcha militar que señalan el final de la clase, y a continuación el sonido de un grupo de niños saliendo al pasillo. Varios de ellos entran en nuestra habitación y se dejan caer enfrente del televisor.
—Hola, tíos —dice uno que se sienta junto a nosotros—. Soy Crossley —es bajito y fibroso, con cara seria y atractiva.
—Soy Whit, y esta es Wisty —dice mi hermano con cierta precaución.
—Sí, todo el mundo os conoce. Sobre todo a Wisty —se inclina—. Te vi tocando por Internet.
Whit y yo nos quedamos con los ojos en blanco.
—¿Eh? —dice Whit—. ¿Cómo es que…?
Los ojos de Crossley se fijan en las cámaras de ASEE.
—De todos modos, nos dieron chocolate a todos cuando anunciaron vuestra llegada.
—¿Os dan chocolate a menudo? —se me escapa.
—De vez en cuando ASEE lo reparte a la escuela entera, pero la costumbre es que sea cuando te ganas un viaje a la Habitación donde Comes el Chocolate.
—¿Y cómo consigues eso?
—Siendo un buen estudiante, por lo general.
—¿Resolviendo problemas de trigonometría y esas cosas?
—Algo así —dice Crossley—. Ya lo veréis. El chocolate es increíble. Aunque parece que algunos de nosotros no estamos preparados para lo increíble que es —vuelve la cabeza hacia el televisor y esboza una sonrisa como un bebé al que acaban de dar de comer, ha hecho caca y le han cambiado el pañal.
De repente, me doy cuenta de que no sé si los niños de esta escuela son discípulos del Nuevo Orden con el cerebro lavado (Miniúnicos en formación) o chicos inocentes atrapados en una blanca jaula del N.O. haciendo lo que deben hacer para sobrevivir.
Mientras Crossley vitorea junto al grupo ante otra excitante ceremonia inaugural retransmitida por el Canal Único, descubro que sostiene en la mano de manera discreta un pequeño pedazo de papel, escondiéndolo dentro de la palma para que las cámaras no lleguen a detectarlo.
CONOZCO UN LUGAR DONDE ASEE NO PUEDE OÍRNOS.
Otro rompecabezas. En los últimos meses, mi Detector de Enemigos tiene dos posiciones: «A nuestro favor» y «En nuestra contra», con su Traidoridad Swain saltando de un lado a otro. Desearía que todos los chavales estuvieran «A nuestro favor». Lo entendería. ¿Y ahora qué?
—Quizá os pueda ayudar a ganar el próximo concurso. ¡Vamos, a estudiar! —lo miro como si estuviera loco, pero me doy cuenta de que me guiña el ojo. «Ah».
Seguimos a Crossley desde la sala común por un par de pasillos y escaleras, y al final nos detenemos en un punto justo entre las secciones A y B. Señala rápidamente hacia las paredes, que, por unos pocos metros, no tienen cámaras ni micrófonos.
—Las puertas de emergencia, o mejor dicho de contención, se abren aquí, así que no pudieron instalar cámaras ni micros —susurra—. Si lo deseáis, os puedo contar lo que sé sobre vuestros padres.
En un parpadeo, Whit lo tiene sujeto de las solapas.
—¿Qué sabes de nuestros padres? ¿Dónde están? ¿Cómo lo sabes?
—¡Caramba, chico! —boquea Crossley—. No te interesa hacerme daño. Puedo hacer mucho por vosotros… si cooperáis.
—¿Cooperar cómo?
—Hagamos un trato. Yo consigo algo de vuestra «M»; vosotros os enteráis de dónde tienen prisioneros a vuestros padres dentro de estas instalaciones.
Whit le pega a Crossley un cuidadoso meneo, lo bastante para meterle miedo pero no como para hacerle daño de verdad.
—Te lo repito una vez más, ¿qué sabes de nuestros padres?
—Whit, cálmate —susurro, probando el, ejem, contraste del toque femenino—. Mira, Crossley, pareces un chico agradable. No queremos hacerte daño. Pero ¿sabes qué? Podemos hacerte daño. Estás mintiendo sobre nuestros padres. Jamás nos meterían en las mismas instalaciones que a ellos. Así que, en primer lugar, deja de mentir, y en segundo lugar, ¿qué quieres decir con nuestra «M»?
—Vuestra magia. Vuestro toque. Como digáis. Necesito un poco. Estoy encadenando suspensos y necesito vuestra ayuda —nos dirige una mirada patética, y Whit relaja su tenaza—. Por favor.
¿Me está pidiendo alguien a mí que le ayude con las tareas de clase? Estoy a punto de doblarme de risa cuando salta una alarma.
La voz de ASEE retumba a lo largo del pasillo.
—Código gris. Código gris. Código gris.
Crossley se escurre de los brazos de Whit en un momento de distracción.
—Alerta de calidad del aire. Imagino que es un intento de fuga —dice, y sale corriendo por el pasillo—. ¡En cinco segundos este pasillo estará lleno de guardias!
Las puertas de emergencia-contención se abren de repente y nos golpean a Whit y a mí contra la pared que hay detrás. Tres monitores del colegio, del tamaño de porteros de discoteca, arrastran al fugado Byron Swain. No se tiene en pie, ¿estará muerto? No, está tosiendo fuerte. Realmente fuerte.
Me mira, por supuesto, y advierte:
—Os lo dije. Alejaos de la cólera de ASEE.