CAPÍTULO 5
WISTY
Es mi hermano, Whit.
En un instante me traslada cien, doscientos metros más allá, como si no pesara nada. Nos escondemos tras una pared de piedra. Durante unos preciosos segundos, nos encontramos fuera de la vista y a salvo.
Me abrazo a Whit con toda la fuerza que me queda. Por fin, él relaja su poderosa tenaza lo suficiente como para permitirme respirar.
—Pero si esta eres realmente tú… —se va quedando sin voz.
—Margo —susurro—. Ha matado a Margo.
De improviso, me pongo a llorar como una niña. Estoy temblando y mis dientes castañetean sin remedio.
Margo está muerta. La chica que me ayudó a ponerme un tercer pendiente en la oreja la semana pasada. La chica que nos despertaba a todos a las cinco de la mañana para pasar revista. La chica que demostraba más entrega a la hora de luchar contra la opresión del Nuevo Orden que el resto de nosotros juntos. Era tan joven. Solo tenía quince años.
—Le dije que no entrara en aquel edificio sin más ayuda. Se lo supliqué —afirma mi hermano—. ¿Por qué fue allí? ¿Por qué?
—Siempre era la última en dar por perdida una misión —le recuerdo a Whit, como si estuviera tratando de convencerme a mí misma de que no la habían atrapado por nuestra culpa—. La primera en entrar, la última en salir. Ese era su lema, ¿verdad? ¡Estúpida!
—Valiente —dice él, y por un instante entiendo por qué le quieren las chicas, por qué le quiero yo. Porque es honesto y sincero y no tiene ni pizca de miedo.
La misión, una de las docenas de rescates que hemos llevado a cabo durante el último mes, ha sido nuestro mayor fracaso hasta el momento. Estábamos tratando de liberar a cerca de un centenar de niños secuestrados en un centro de experimentación del Nuevo Orden. Pero nuestros informes debían de estar equivocados. En lugar de víctimas infantiles, el edificio albergaba un destacamento de soldados. Nos estaban esperando.
—En realidad, es una suerte que ninguno de nosotros… —empiezo a decir.
—¡Encontradla! —los altavoces montados en la plaza comienzan a vibrar con la colérica voz del Único—. ¡Hay otra conspiradora entre la muchedumbre! ¡Tiene el cabello de color rojo fuego! Cerrad las salidas del patio. ¡Atrapadla ahora mismo!
Whit agarra un sombrero gris de la cabeza de un hombre que pasa a su lado y lo encasqueta en la mía.
—Recógete el pelo dentro, rápido —dice.
En ello estoy cuando un policía me localiza. Se encuentra a unos veinte metros.
Está buscando su silbato, atado con un cordel alrededor de su cuello. De un momento a otro, llamará la atención de todos y cada uno de los soldados presentes en la plaza. Por no mencionar la del Único, a quien odio mencionar.
De pronto, una pequeña silueta oscura se planta de un salto y deja al policía noqueado en el suelo.
Whit y yo intercambiamos una mirada sorprendida.
—¿Acabas de…? —dice él.
Pero antes de que pueda finalizar la frase, la silueta oscura —una mujer mayor— llega a nuestro lado. Mete dentro de mi puño un papel arrugado y mugriento.
—¡Tómalo! ¡Tómalo!
Juro que es la criatura más extraña que me he cruzado en la vida, aunque la conozco de algo.
—Pero ¿quién…?
Me interrumpe.
—Sigue estas instrucciones. ¡Vete! Estoy de vuestro lado. Corre. Corre. No te pares ni a respirar o será el final. Para todos nosotros. ¡Corre!
De alguna manera, se pone a nuestra espalda y nos pega a los dos una patada en el trasero que nos manda tambaleando al interior de la agitada multitud.
Me vuelvo de inmediato, pero no hay señal de ella.
—Ya la has oído —dice Whit—. ¡Corre! ¡Ahora! ¡Corre!