CAPÍTULO 49
WISTY
De acuerdo, lo admito. Había una pequeña parte de mí, la chica soñadora que se aferra a la menor esperanza, sin importar cuántas veces haya sido golpeada por las duras lecciones de la vida, que confiaba en que a lo mejor de verdad nos llevarían a alguna clase de balneario.
Quiero decir, no esperaba un lugar donde nos hicieran la manicura mientras bebemos refrescos, pero imaginaba al menos un sitio apañado, donde nos trataran como pacientes de tuberculosis en una residencia hospitalaria, sentados en el porche y envueltos en mantas, mirando hacia el horizonte entre los campos.
Pero aquello era ya el pasado remoto y este era un mundo nuevo y muy, muy diferente. Como rezaba el nombre de las instalaciones.
—Bienvenidos al Centro Mundo Feliz —entona una mecánica voz femenina cuando penetramos en el vestíbulo ultralimpio y brillantemente iluminado de nuestro nuevo hogar. Caminamos a punta de pistolas paralizantes—. Por favor, prepárense para visualizar el Vídeo de Bienvenida del Centro Mundo Feliz —sigue la voz. Suena como si estuviera generada por ordenador, y está modulada con demasiada perfección. Si hay suerte, quizá se calle y empiece el espectáculo tranquilizante de vídeos de bosques húmedos y cascadas, o a lo mejor entraremos directamente a los ejercicios de relajación mente-cuerpo.
Todo este sitio parece aún más sanitario que un hospital: suelos de un blanco brillante, paredes de un blanco brillante, techos de un blanco brillante.
—¿Qué pasa? —pregunto a Whit—. Pensaba que el Nuevo Orden obligaba por ley a encerrar siempre a los niños en asquerosos agujeros.
—Los agujeros no asquerosos también pueden valer, en caso de apuro —dice Whit.
—¿Quién sabe? Estoy esperando mi bata de felpa blanca y mis pantuflas de peluche.
—¡Silencio! —ladra uno de los guardias.
Las luces se atenúan mientras una música orquestal, como de banda sonora, llena la habitación, y la pared de enfrente se ilumina con imágenes. La voz mecánica vuelve a sonar.
—Felicidades por su admisión en el Centro Mundo Feliz —dice—, las instalaciones más avanzadas de su clase en todo el Overworld, dedicadas al entrenamiento de jóvenes extradotados. Construido en el año 0001 D.O., el Centro M.F. está dotado con los últimos avances en tecnología y emplea el mejor programa pedagógico jamás diseñado para desbloquear el potencial escalable cinético y redirigirlo hacia una vida plena de sumisa productividad.
Empiezo a ver vidrioso. Quizá nos está hipnotizando…
En la pantalla se muestra un paseo por los inmaculados pasillos, aulas, salones de conferencias, cafeterías y dormitorios que supuestamente nos aguardan tras la sala de recepción. Todo apesta a aséptico.
—El plan de estudios consta de una instrucción audiovisual las veinticuatro horas —la pantalla ofrece imágenes de cientos de altavoces y monitores a lo largo de techos, paredes, pupitres y cabeceros de cama—. De este modo, las lecciones continúan sin interrupción, incluso durante el sueño. El 99,3% de los estudiantes son capaces de absorber la suficiente información y entrenamiento conductual como para alcanzar el segundo nivel en menos de dos semanas.
—Pues vaya —escucho murmurar a Whit—. En una escuela de perros lo conseguirían antes.
Me río con disimulo hasta que de repente le oigo chillar.
—¡Ay!
Salido de la nada, un pequeño robot le ha golpeado los nudillos con una barra amarilla sospechosamente parecida a una regla. Quizá sea una descarga paralizante.
—Y —prosigue la mujer—, como medida para asegurar que el Centro M.F. se mantiene como un entorno de enseñanza optimizado al 100%, encontraréis un sistema de corrección activado por estímulos de retroalimentación negativa ante cualquier tipo de comportamiento disruptivo. ¡Ningún estudiante ha salido nunca del centro sin un completo dominio de las materias troncales del plan de estudios!
—Todavía estoy esperando mi tratamiento de aromaterapia —susurro a Whit.
—¿Tu aromaqué? —me responde.
¡Zas! ¡Zas! Zumba, el pequeño robot volador, regresa con su regla.
Ahora Whit y yo estamos soplando nuestros nudillos. Así acaba mi fantasía de balneario.
—Con esto, concluye el Vídeo de Bienvenida. De nuevo, bienvenidos y felicidades por vuestra admisión en el Centro Mundo Feliz. ¿Os apetece un bombón?
El pequeño robot lleva ahora una bandeja con dos bombones de chocolate, en lugar de la regla.
¡Vaya, parece que mi fantasía balnearia vuelve a su lugar!
Supongo que si quisieran envenenarnos, ya lo habrían hecho, y no sé si llegados a este punto ya me importa.
Tomo mi bombón y, Dios mío, es la cosa más sabrosa que nunca he tenido dentro de la boca. Estoy a punto de desmayarme entre relamidos y mmms cuando la puerta que está frente a nosotros se abre y aparece… Byron Swain.