CAPÍTULO 48
WHIT
Me han dado bastante caña durante alguno de los ataques del N.O., pero ahora mismo me siento como si me hubiera atropellado un tren de alta velocidad. Wisty está en el suelo, aparentemente exhausta, pero de pronto se pone en pie ella sola. Está bien, gracias a Dios, aunque al parecer todavía demasiado estupefacta por las pretensiones por completo absurdas del Único como para decir palabra.
Es mi ocasión. Mi única ocasión para descubrir de qué hablaba Celia. Solo desearía haber tenido la oportunidad de abordar el asunto con su Unicidad antes de que pasara todo esto.
—Mmm, usted disculpe —me valgo de la pared para tratar de recuperar la compostura mientras me voy levantando del suelo—. Tengo una pregunta. ¿Disculpe?
Wisty y el Único se me quedan mirando como si me acabara de levantar de mi tumba.
—Necesito preguntarle sobre Celia Millet.
Escuchar su nombre pronunciado aquí, en el Edificio de los Edificios, suena tan raro. De una coordenada distinta en el espacio-tiempo. Como fuera de alcance, aunque hemos estado casi conversando solo hace unas horas.
—¿Celia Millet? —eleva sus cejas. El nombre le suena. Pero hace como si no—. No puedo llevar cuenta de todos los jóvenes peligrosos que hemos tenido que procesar en nuestros sistemas reeducativos. Me temo que no puedo ayudarte. ¿Era alguna clase de —sonríe condescendiente— amiga especial?
—Usted sabe de sobra quién es. Me dijo que viniera aquí. Que nos entregáramos, por el bien de nuestros padres —tal vez sea una locura, lo sé, pero tomo aliento y se lo digo—: Quiero negociar un acuerdo.
—¿Whit? —Wisty está sorprendida, confusa, atónita, cualquier palabra que se te ocurra para expresar «con total incredulidad»—. ¿Estás colocado?
El Único suelta una risotada. Y otra, y otra más.
—Bien —dice al final, recuperándose—, parece que tenemos a un chico que sufre un trastorno de estrés postraumático y una chica que padece… —ríe nerviosamente de nuevo— desarreglos de crecimiento, o algo así. Gracias al cielo que los hemos detectado antes de que su estado fuera a peor. Parece que vosotros dos necesitáis unas sesiones de… restablecimiento. Y algo de modales.
No lo escucho. Meneo la cabeza.
—Necesito hablar con usted sobre Ce…
Sube la voz.
—Y resulta que tengo unas nuevas instalaciones diseñadas justo para dicho propósito. Creo que las encontraréis mucho más adecuadas que las de vuestra última estancia entre nosotros. Os parecerá un balneario, si queréis. Estoy seguro de que por lo menos tu hermana las disfrutará.
Dirige una divertida mirada sobre Wisty.
—Tal vez puedan ayudarte con tu desafortunado… arreglo capilar, Wisteria —otra risita desagradable. Wisty gruñe como si quisiera convertirse en un hombre lobo. Aunque si era eso lo que estaba intentando, no lo ha logrado.
—Escuche —reúno por fin la suficiente energía para dar un paso en su dirección—. Iré a su estúpida escuela o donde sea si llegamos a un acuerdo.
—¡Ah, pero vas a acabar allí quieras o no quieras, Whitford! Sin embargo, primero necesitaré que me entregues tus efectos personales, como ese diario que llevas bajo la camisa.
Eleva sus dedos como serpientes hacia mí, y el diario sale volando desde el lugar donde lo llevo guardado, apretado contra el cinturón. Mientras el libro sale directo hacia las garras del Único, yo salgo despedido hacia atrás y contra la pared. De nuevo. Y duele de verdad, de nuevo.
—La pluma ha dejado de ser más fuerte que la espada, amiguito. Recuerda eso. Solo existe poder en la energía. Ahora, veamos qué escribes aquí —dice, ensalivando dramáticamente su dedo para pasar las páginas—. ¿Poesías? —empieza a carcajearse—. Y, Dios santo, son malas de veras. ¡Escuchad esta!
Todas las luces se apagan, todas, todas.
Sobre cada forma todavía tiritante,
el telón, como un paño mortuorio,
desciende con un ruido de tempestad.
Y los ángeles, todos pálidos y macilentos,
se levantan y cubriéndose afirman
que ese drama es una tragedia que se llama «el Hombre»
de la cual el héroe es el Gusano Vencedor.
Se ríe como si le fueran a reventar los costados. Lágrimas de un brillo sobrenatural descienden por sus mejillas.
—¡Esta —dice, esforzándose por formar las palabras entre carcajada y carcajada— es la cosa más patética e infantil que he leído jamás!
Wisty me mira. Ella sabe que son versos de uno de los poetas más famosos de todos los tiempos, del genio romántico de Edmund Talon Coe.
—Bien, está claro que no podrías ganarte la vida juntando letras, así que quédate tu diario, patético poetastro.
Me arroja de vuelta el diario. Lo atrapo en el aire, pese a que todavía estoy tratando de recuperar el aliento.
—Y tú —se dirige a Wisty—. Entrégame la varita, mi niña. Me gustaría terminar lo que tu querido amigo Eric, que en paz descanse, empezó.
Wisty se pone blanca con la mención del nombre del batería, y más blanca mientras se da cuenta de lo que el Único acaba de decir. Se aferra a la baqueta metida dentro de su bolsillo trasero, pero sus dedos se abren y la varita atraviesa el aire hasta las manos del Único. Este la mira por un momento y entonces simula tocar la guitarra a una sola mano.
—Se nota que tienes talento —dice Wisty mientras su rostro se oscurece de ira—. ¿Cuál era tu nombre artístico? ¿El Único que No Tiene un Contrato Discográfico?
—¡Tú! —grita él—. ¡No eres graciosa!
Toma la varita por el medio, la parte en dos y arroja las mitades a sus pies.
—¡Bestia! —gimotea mi hermana, mientras cae de rodillas.
El Único hizo chasquear la lengua.
—Te aseguro que tus palabras nunca podrán herirme, Wisteria. ¡Ahora —dice, arrebatándole la baqueta rota de las manos antes de marcharse—, que venga alguien a meter a estos dos en el autobús escolar!