CAPÍTULO 46
WISTY
—¿Qué? —me pilla desprevenida, completamente anonadada. Entonces se vuelve todo incluso más raro. De repente, me siento como si hubiera regresado a mis lecciones de piano, y él fuera el señor John Masterson, mi encantador profesor, animándome a creer en mí misma. ¿Qué ha dicho?
—Tienes poder de sobra para hacerlo. Solo ordénale a la energía lo que debe hacer y deja que lo haga. Ya has visto lo que yo he hecho. Dale a tu poder la misma imagen y deja que la cumpla. Yo tengo plena confianza en ti y en tu maravilloso don.
Se ha vuelto loco. Convertir gente en animales es, lo admito, bastante guay, aunque es, diríamos, un entretenimiento limitado. Puedo con ello. Pero no puedo poner el cielo, el viento, las nubes y los huracanes a mis pies… Es demasiado para mí.
—No puedo hacerlo —susurro.
—Ahora, Wisteria —dice, con un tono de velada amenaza dentro de su calmada voz.
Cierro los ojos y trato de recordar exactamente cómo se cernieron las nubes sobre la ciudad, cómo se unieron entre sí y empezaron a girar como el agua tintada de un retrete dando vueltas en el cielo, con las luces de la ciudad parpadeando debajo y prácticamente desapareciendo al golpearlas la tempestad. Dejo que la canción de la señora Highsmith suene como banda sonora mientras imagino cómo todo sucede delante de mis ojos… «¿Puedo hacer realmente esto? Y lo que es más importante, ¿quiero hacerlo? ¿Podré vivir, y ser la misma persona, con un poder semejante?».
Entonces siento un vuelco en mi corazón. Todo mi ser da un vuelco.
—¡Idiota! —grita.
Abro los ojos. Las nubes siguen exactamente donde estaban. Lo único que ha cambiado es que la ciudad se ha quedado a oscuras; hasta las luces de la habitación se han apagado. Estamos bañados por la luz del crepúsculo.
—Has apagado las luces, Wisty. Todas las luces —susurra Whit.