CAPÍTULO 44

WISTY

Nos han puesto electrodos por toda la superficie de los brazos, pero al menos estamos boca arriba y sentados en unas butacas de cuero tan cómodas que dan ganas de echarse la siesta. Además, tenemos un vaso de agua al alcance de la mano. Es como un hotel de cinco estrellas esto del Edificio de los Edificios, que es básicamente el cruce de pesebre y batcueva donde vive el Único, el lugar adonde nos han conducido los malencarados conductores de la furgoneta.

«¿Podría llegar a acostumbrarme a esto?».

Whit y yo estábamos acurrucados en posición fetal en la parte trasera del furgón cuando nos sacaron de él y nos escoltaron al interior del edificio. Así que nuestra última aventura había comenzado con nuestro desfile más patético hacia la cautividad.

Llegué a establecer contacto visual con alguno de los ciudadanos que nos estaban mirando mientras hacíamos nuestro paseíllo a través del vestíbulo, lujosamente adornado de mármol. Quizá me he visto afectada por un complejo mesiánico de salvadora del mundo, pero creo haber visto un fogonazo de… respeto, quizá incluso admiración, o al menos algo vagamente esperanzado enterrado en lo más hondo de sus tristes ojos de burócrata. Al menos eso me ayuda a recuperar el humor.

Cuanto más miro a nuestro interrogador, más me parece percibir lo mismo en él también. ¿Admiración a regañadientes? La está escondiendo bastante bien, de todos modos. Es hasta cierto punto respetuoso, pero seco hasta resultar siniestro.

El interrogatorio también ha sido bastante estéril por el momento. Nombre, dirección, número de identidad del N.O. ¡Como si tuviéramos una dirección o lleváramos un carné del N.O.!

Entonces, saca la artillería contra nosotros.

—¿Alguno de los dos ha tenido un hijo en los últimos meses? —pregunta, sin mudar el gesto. Los dos lo miramos boquiabiertos—. Ahora que os tenemos a vosotros y a vuestros padres en el corredor de la muerte, necesitamos confirmar que no quedan miembros vivos del clan Allgood. Por favor, responded para que el polígrafo pueda registrarlo.

—No —acertamos a responder, a la vez.

—Excelente —dice, observando la lectura del detector de mentiras.

—¿Voy a sacar una matrícula de honor por no ser madre adolescente? —digo—. Caramba. Quizá me empiece a gustar el Nuevo Orden, después de todo.

Hace como que no me escucha.

—Ahora vamos a los asuntos que realmente importan. En una escala del uno al cinco, con cinco como el máximo, ¿cómo calificaríais la eficacia de la instrucción recibida por parte de vuestros padres en el desarrollo de vuestras… habilidades?

—¿De qué está hablando? —pregunto—. Como usted ha dicho, vamos a los asuntos que realmente importan. ¡Díganos dónde van a ejecutar a nuestros padres! ¿Están prisioneros también aquí?

—Señorita Allgood —dice él. «¿Señorita Allgood? Nunca en mi vida…»—. Me temo que yo soy el único que hace preguntas aquí.

—Para su conocimiento, caballero. ¡No soy famosa precisamente por ser una gran cumplidora de las normas!

Whit me da un codazo, al tiempo que me hace señas para que no le interrumpa. ¿Desde cuándo se ha vuelto a convertir en el Chico Obediente? Somos los líderes de la Resistencia, ¿o no?

El interrogador se aclara la garganta.

Sabemos que vuestros padres os entrenaron. Y sabemos que os proporcionaron, eh, elementos altamente sensibles de información y/o equipamiento relacionado con los campos de energía científicamente probados que ambos poseéis gracias a vuestra codificación genética.

—¿Está hablando de la magia? —pregunto. Whit frunce el ceño. Qué calladito está el Chico Obediente.

El señor interrogador me mira extremadamente alarmado.

—¡Chitón! ¡Te advierto que no emplees jamás ese término dentro de este edificio, o en ninguna parte! ¡Estáis en el filo de la navaja!

Una invitación en toda regla para que me lance. Estoy casi cantando, llegado este punto:

—Magia, magia, magia, magia, ma…

El Único que se Reprime explota por fin. Se pone en pie y nos agarra de las solapas: con una mano la mía, y, sorprendentemente, la de mi hermano, ese Chico Obediente y mudito, con la otra.

—¡Me ponéis enfermo! —casi escupe.

Mira a Whit.

—Tú, con todo tu potencial, ¡y mira cómo has acabado! ¡En la nada! ¡Sentado aquí como un maniquí! Y tu hermana extradotada, que posee un poder tan increíble, tan devastador, tan… —se calla de golpe cuando la cerradura automática de la puerta de la habitación se abre—. Ah —dice el interrogador, de repente tan blanco como un huevo cocido—. He dicho demasiado, ¿verdad? —murmura para sí mismo—. ¡Oh! —suelta un grito agudo mientras alguien pisa suavemente el suelo de la habitación en dirección a nosotros, y la temperatura desciende como unos diez grados.

En ese momento, el interrogador queda transformado en una planta de interior, con su macetero de barro y todo incorporado. Una cita inesperada acaba de dejarlo plantado.

Y creo que sé quién ha sido.